Jubilación privilegiada para los “honorables”

La reciente declaración del presidente Santiago Peña, quien afirmó sin titubeos que los legisladores “definitivamente se la merecen” al referirse a la jubilación VIP de los parlamentarios, cayó como un balde de agua fría en medio de la crisis revelada sobre el déficit de la Caja fiscal y las consecuencias que podría tener esto para el país si no se hacen las reformas necesarias y urgentes.

En Paraguay, donde miles de trabajadores hacen malabares para sobrevivir con salarios insuficientes y se jubilan tras décadas de esfuerzo con pensiones que apenas cubren lo esencial, la empatía debería ser el primer deber de un Presidente. Sin embargo, Santiago Peña, al trazar una línea divisoria entre los políticos y la ciudadanía, olvida que los parlamentarios son, ante todo, servidores del pueblo. Peor aún, parece despreciar la idea de que un político debe priorizar la conexión con la gente común: esa que sostiene el país con su esfuerzo silencioso y al que dice representar. Cada trabajador que labora con honestidad, cada empleador que genera empleo y aporta al IPS, cada ciudadano que paga sus impuestos, contribuye a construir el Paraguay que anhelamos. No obstante, en el discurso presidencial, la política se presenta como una casta privilegiada, desconectada de la ciudadanía, en lugar de un servicio público. Esta postura no solo traiciona el espíritu de la democracia, sino que ensancha la brecha entre gobernantes y pueblo.

La “Unión e Igualdad” pregona nuestro himno nacional y sin embargo, la igualdad, en la visión de Peña, se reduce a un privilegio reservado para unos pocos. La unión, lejos de ser un puente, se transforma en abismo: el Presidente, con su afirmación, no solo desconoce la realidad de la mayoría, sino que ahonda la distancia entre la clase política y la ciudadanía. La política, así entendida, deja de ser la herramienta para la construcción colectiva y se convierte en un club exclusivo, donde los beneficios se reparten entre quienes legislan a espaldas del pueblo.

¿Merecen una jubilación VIP quienes han convertido el Congreso en un nido de prebendas y repartijas? ¿Aquellos que legislan más para su propio beneficio que para el pueblo? ¿Los que, sin pudor, se aumentan dietas y colocan a sus “nepos” en cargos públicos?

La frase de Peña en defensa de los parlamentarios al afirmar que “han apoyado las leyes que nosotros hemos planteado” no es solo un desliz: es un reflejo de su visión elitista. Revela una política que premia la lealtad por encima de la ética, que perpetúa el clientelismo institucionalizado en lugar de fortalecer la democracia.

Ya en campaña, Peña había dicho que a los cargos no se llega a través de los títulos, sino del Partido Colorado y aún más, Peña ya había defendido a los congresistas cuando aprobaron sus propios aumentos salariales, mostrando una postura consistente en priorizar los intereses de los aliados políticos sobre la transparencia y la responsabilidad pública.

Paraguay no necesita más castas privilegiadas. Necesita, sí, políticos que entiendan que servir al pueblo no es una vía rápida a la riqueza, sino una responsabilidad con la historia, con la ética y con quienes los eligen.

Un país que proclama la unión y la igualdad en su himno, pero las niega en la práctica, está condenado a la fractura. La verdadera unión no se decreta desde arriba, se construye desde abajo, en la empatía, en la equidad, en el reconocimiento de que nadie es más que nadie por el cargo que ocupa.

Si el Presidente cree que los legisladores “se merecen” una jubilación dorada, es legítimo preguntarse si él mismo merece seguir gobernando a espaldas de la decencia. La historia juzgará a quienes, pudiendo honrar y fortalecer la unión y la igualdad, prefirieron perpetuarse solo para su propio bien.

smoreno@abc.com.py

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