El Reino de Dios es la instauración de nuevas relaciones entre los seres humanos, sea de persona a persona, de grupo a grupo y de nación a nación. Es un modo de comportarse considerando que Dios es el rey, es decir, es el verdadero Señor, y sus criterios son puestos en primer lugar.
Jesucristo lo sabe, cuánto necesitamos de esta vida nueva, de este estilo lozano de resolver nuestros desafíos y administrar nuestros conflictos, y por eso llamó a los Doce apóstoles para ayudarlo. Enseguida convocó a otros setenta y dos, y los mandó por delante, adonde Él pensaba ir.
Ahora, en este tercer milenio nos toca a nosotros poner nuestro grano de arena en el anuncio y construcción de la soberanía de Dios.
Para un bautizado no es opcional trabajar o no por el Reino, pues es una misión que no se puede delegar a otro: es obligación personal y constante.
Tal vez, algunos tengan una mentalidad que considera que las cosas de Dios, como suena cosa religiosa, son solamente para los religiosos “oficiales“, y de cierta manera, pensar: “es cosa de ellos, pero no es cosa mía...”. Por supuesto, es lamentable equivocación esta irresponsabilidad.
Consideremos que no es solamente “cosa religiosa” lo que está en juego, ya que la vida nueva del Reino toca la humildad de corazón, la disposición de reconciliarse, pero también afecta las estructuras sociales, la justicia, la solidaridad con los marginados y un empeño honesto por el bien común.
Vemos en el Evangelio que el Señor da varias instrucciones para sus discípulos sobre cómo deben anunciar el Reino. En primer lugar, hay que pedir a Dios más obreros, que se dediquen de cuerpo y alma a la mies abundante, que corre el riesgo de ser atrapada por el materialismo, por la falta de ideales nobles y, finalmente, por la depresión.
Afirma que sus amigos serán como ovejas entre lobos, situación apremiante que no deben temer, pues Él, que es el Señor de todo, les protegerá y les dará sorpresivas gracias para seguir construyendo ese estupendo mundo de fraternidad.
Para anunciar esta soberanía de Dios hay que ser liviano de equipaje y no dejarse encadenar por miles de superfluos que nos tientan.
Paz y bien