China no puede confiscar la reencarnación

El Dalai Lama ha vivido toda su vida adulta en el exilio. Fue en 1959 cuando se vio obligado a dejar su tierra natal –la región autónoma del Tíbet que a partir de 1950 cayó bajo el dominio de la República Popular China–, debido a la persecución del ejercito comunista chino.

Tenía 23 años cuando se instaló en Dharamshala, en el norte de la India, y desde entonces esta localidad ha sido la sede del líder espiritual del budismo tibetano. Ahora, a punto de cumplir noventa años, se prepara para la reencarnación en la figura de un sucesor cuando se produzca su deceso físico.

Aunque el actual Partido Comunista Chino no es tan feroz como en el pasado, con purgas bajo el maoísmo que acarrearon miles de muertes y el más severo presidio político, el gobierno chino, presidido por Xi Jinping, sigue ejerciendo la represión y, en el caso del Dalai Lama y sus seguidores, no ceja en su afán por perseguir la libertad de culto y oprimir al pueblo tibetano.

A lo largo de los años Pekín ha ejercido presión internacional para aislar al Dalai Lama, quien, a pesar de las constantes maniobras de los comunistas, fue galardonado en 1989 con el Premio Nobel de la Paz y cuenta con millones de seguidores en todo el mundo, algunos de ellos, tan famosos como el actor Richard Gere, siempre dispuesto a respaldar la causa del célebre líder espiritual.

El Dalai Lama no pierde de vista su propia mortalidad y se adelanta a ese instante en que su alma volverá a renacer. Una vez más, el régimen chino pretende apoderarse de las riendas del budismo tibetano con una treta más que burda: el gobierno chino elegiría a la reencarnación del Dalai Lama. Un portavoz del Ministerio de Relaciones Exteriores chino ha declarado que Pekín se “encargará” de aprobar al candidato. Su objetivo es nombrar a una figura de paja que obedezca al gobierno central.

El Dalai Lama no deja lugar a dudas: sólo la comunidad tibetana en el exilio podrá identificar su reencarnación que, al igual que le sucedió a él cuando era un niño, será otro pequeño que haya nacido aproximadamente a la misma vez que se produzca su fallecimiento. Los monjes tibetanos se encargan de dicha búsqueda, que puede tomar años y en la que hay una serie de pruebas que, de acuerdo a sus creencias, confirmarían la reencarnación.

El actual Dalai Lama, nacido en el seno de una familia campesina en el Tíbet, tenía dos años cuando fue identificado como la reencarnación decimocuarta del anterior Dalai Lama. Al pequeño le mostraron una serie de objetos y, según relatan, escogió las pertenencias de su predecesor. Así comenzó la andadura como líder espiritual de aquel niño que fue separado de sus padres para instruirse y dirigir el budismo tibetano. También lo marcó para siempre, ya que muy pronto tuvo que huir y ha vivido casi toda su vida en el destierro.

Si algo destaca en el comunismo es la incansable persecución a la libertad de culto, pues la única religión posible bajo el totalitarismo es la obediencia ciega a los dictados del Partido. Aunque Xi Jinping sjuega a un capitalismo controlado por el Estado, en China los opositores son encarcelados, no hay libertad de prensa y la única fe permitida es la que se profesa a los cuadros del Partido Comunita. Por eso, se prestan a la pantomima de erigirse como autoridad para escoger al próximo guía espiritual de una rama del budismo que aglutina a unos 20 millones de seguidores en diferentes países y regiones autónomas. Por mucho que intenten imponer una marioneta a su servicio, nadie toma en serio semejante farsa.

En alguna parte habrá un niño (el actual Dalai Lama no descarta que pudiera ser una niña) que será identificado en el proceso sucesorio. Habituado a expropiarlo todo, el gobierno chino aspira a confiscar la reencarnación que está por venir. Al comunismo siempre se le ha escapado la dimensión espiritual de los hombres. [©FIRMAS PRESS]

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