Lamentable espectáculo

A costa del prestigio que todavía le queda al Paraguay, el cartismo ratifica su ideología al hacer de nuestro país el centro internacional de la ultraderecha en el marco del VI Encuentro Regional del Foro Madrid. Fueron los días jueves y viernes en Asunción.

Es sabido que esta agrupación no descansa, ahí donde estuviere, de dañar la democracia. Comienza por atacar la libertad de prensa y de expresión. Le molesta el comentario crítico a sus procedimientos autoritarios. Su desvelo es acabar con los adversarios políticos. Si en un país, como el nuestro, tiene mayoría parlamentaria, es para sancionar leyes injustas y perversas. También para amparar a los suyos en los más turbios manejos del dinero público. Siempre los “malos” serán los otros a quienes se deben eliminar del escenario político. La intolerancia, la prepotencia, la soberbia, es su marca registrada.

En cualquier diccionario político encontramos esta o parecida definición: “Extrema derecha, derecha radical o ultraderecha son términos políticos utilizados para describir movimientos o partidos políticos que promueven y sostienen posiciones o discursos ultraconservadores, ultranacionalistas y autoritarios considerados extremistas. Se utiliza también para describir las experiencias del fascismo, el neonazismo, la derecha alternativa, el supremacismo blanco y otras ideologías u organizaciones que presentan aspectos xenófobos, racistas, homófobos, machistas, teocráticos o reaccionarios. La política de extrema derecha puede conducir a la opresión, la violencia política, la limpieza étnica o el genocidio contra grupos de personas en función de su supuesta inferioridad o su percepción de amenaza para el grupo étnico nativo, la nación, el estado, la religión o cultura dominante o instituciones sociales conservadoras”.

Frente a nuestras muchas necesidades, la presencia de los ultras habrá costado al país un montón de dinero, seguramente salido de Itaipú. ¿Para qué? ¿Para que nos ratifiquen una doctrina hipócrita, con discursos grandilocuentes que se ahogan en la contradicción de los hechos? ¿Las pruebas? Santiago Abascal, líder de Vox, es una pesadilla cotidiana para los demócratas españoles que procuran olvidar la tiranía franquista. Lo contradictorio es que este personaje ascendió y se mantiene en la política gracias a la democracia a la que procura destruir como sea. La intriga, la desinformación, la violencia, son algunas de sus armas.

Abascal tiene en nuestro país a un destacado competidor: Bachi Núñez, titular del Congreso. Como todo ultra, amenaza con alzarse contra la Constitución en caso de que la justicia haga justicia a la exsenadora Kattya González y ordena que se la reponga en la función a la que accedió con más de cien mil votos. En este caso, Núñez anuncia que no acatará la decisión de la Corte Suprema de Justicia. Pasando por alto los muchos proyectos de leyes que ha presentado en perjuicio de la buena imagen del Congreso, tenemos ahora que, junto con el líder de la bancada cartista del Senado, Natalicio Chase, estaba dispuesto a pedir al Ejecutivo la expulsión del embajador de Francia por haber dicho que Santiago Peña viaja mucho. Es la típica actitud ultranacionalista. El embajador ya había sido convocado por el canciller sobre el mismo asunto. Y ahí terminó. Pero la vergonzosa idea original se aplacó y quedó en que se pedirá que el embajador sea declarado “persona no grata”. Lo que no es grato para el bolsillo de los contribuyentes son los interminables y costosos viajes de Peña.

Perseguir al adversario político, tomarlo como enemigo y borrarlo, es otra vertiente de la ultraderecha. El caso del intendente municipal del Este, Miguel Prieto, es uno de los más comentados. Entretanto, la Contraloría General de la República se niega a investigar las posibles y exorbitantes tragadas en Itaipú con sus multimillonarias compras en dólares. De acuerdo con el ministro de la Corte Suprema, Víctor Ríos, nada le impide a la Contraloría hacer su trabajo en la Binacional. Pero no lo hará. Proteger al amigo es otro de los mandamientos de la ultraderecha.

En fin, que dimos al mundo democrático un lamentable espectáculo.

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