Hoy conocemos minuciosos detalles de los últimos meses de esta adolescente de 17 años que aparentemente no encontró la forma de pedir ayuda a su círculo más cercano, quizá por vergüenza o temor a causar una decepción.
Vivimos en una sociedad que permanentemente esquiva temas que incomodan. Todavía hay padres que no hablan de sexo con sus hijos e incluso militan para evitar la educación sexual integral en las escuelas y colegios con el argumento de que ello empuja a los adolescentes hacia una vida sexual precoz.
Esa misma sociedad es la que sigue desconociendo el peligro de la violencia machista que hoy le arrebató la vida a Fernanda a quien trataron como un mero recipiente que debía ser destruido para interrumpir un embarazo que no planeó, pero del que - ahora sabemos - quería hacerse cargo. No la dejaron elegir. Dispusieron de su cuerpo y de su dignidad con una saña aberrante.
Esto no tenía que pasar, pero va a seguir pasando mientras elijamos el silencio, mientras optemos por evadir cuestiones que nos deberían interpelar como miembros de una comunidad. El embarazo adolescente es una realidad y el aborto también, aunque nadie quiera hablar de ello porque es incómodo o porque ni siquiera se sabe cómo abordarlo.
Por eso es urgente que el Estado diseñe políticas acordes a estos tiempos, con la orientación de profesionales sin sesgos ideológicos ni religiosos. No se puede seguir satanizando el acceso a la información y privando a niños, adolescentes y jóvenes de un conocimiento que les permita desterrar estigmas e incluso salvar sus vidas.
Pero lo más importante será siempre hablar. Hablar de educación sexual, violencia de género, salud mental. Hablar, aunque cueste, aunque incomode y aunque duela. Hablar antes de que - otra vez - sea demasiado tarde.