Esto vale para la unión de hombre y mujer, de padres e hijos y también en nuestra vida de fe y amistad con Jesucristo.
Por eso el Maestro sostiene: “El que me ama será fiel a mi palabra, y mi Padre lo amará; iremos a él y habitaremos en él”. Hay una correspondencia decisiva entre amarlo y ser fiel a su Palabra. Quien de veras lo quiere, respeta sus mandamientos. Lastimosamente, también lo contrario es verdadero: quien no se importa con sus mandamientos, también no se importa con su persona ni con su proyecto de vida.
Dios es el primer interesado en nuestra felicidad, porque nos creó por amor y quiere que vivamos en el amor, que es el sendero más seguro para encontrar la paz de espíritu. Así, Jesús, después de asociar el amor a Él, y la fidelidad al Evangelio, agrega: “Mi Padre lo amará”.
Ser y sentirse amado por el Padre es la certeza de la satisfacción profunda, es lograr la felicidad más segura, que no depende del humor de los demás.
“Iremos a él”: lo que manifiesta que el Señor toma la iniciativa de venir a nosotros, no nos desampara y nunca nos deja echados a la mala suerte, pero viene a nosotros y participa de nuestros problemas, estimulando a que busquemos juntos la mejor solución.
“Habitaremos en él”: tener a Dios dentro de nuestro espíritu, de modo amplio y constante, es la gloria más sublime que cualquiera puede ambicionar. No hay prioridad más notable que esta búsqueda, junto con un cierto sacrificio para lograrla. Por eso, el salmista afirma emocionado: “El Señor nos bendiga y haga brillar su rostro sobre nosotros”.
Inclusive, psicológicamente, es una fuerza poderosa, es vencer todo sentimiento de soledad, nunca sentirse abandonado y menos importante que los otros.
“Habitaremos en él” es una indicación Trinitaria, es la presencia del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo en el hondo de nuestro corazón y en todas nuestras actitudes. Esta presencia sumamente amorosa nos da fuerzas para luchar de otro modo y vencer el desaliento, colabora eficazmente para la recuperación de la salud y, además, nos brinda una misteriosa sanación para perdonar las humillaciones recibidas.
Tratemos de ser más humildes y más sabios, permitamos que el Señor habite en nuestro corazón y respetemos con valor su enseñanza moral.
Paz y bien