Francisco, eco de la coherencia

El eco de la coherencia resuena en el legado del papa Francisco, cuya vida y pontificado tejieron un tapiz de palabras y acciones que han causado admiración de muchos y rechazo de pocos, pero jamás indiferencia. Su austeridad (murió con 90 euros en los bolsillos) perdura como un testimonio de armonía entre las palabras y los gestos. Su entierro ayer en un humilde ataúd en medio de la magnificencia de la Plaza de San Pedro, nos recuerda que el Papa que más amó al Paraguay transitó un camino diferente en la Iglesia, sacudió sus cimientos y también las conciencias de un mundo que ayer se rindió a sus pies.

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Su senda, marcada por la preferencia hacia los pobres y marginados, un diálogo sincero y una apertura sin precedentes, lo diferenció de sus predecesores.

Sus viajes apostólicos, que lo trajeron al Paraguay en 2015, fueron un testimonio de su compromiso con las periferias geográficas y existenciales, aquellos lugares donde los derechos humanos eran, y hoy siguen siendo, vulnerados. Su decisión de priorizar las iglesias en minoría, sin hacer excepciones ni con su patria ni con países históricamente centrales para la cristiandad, revelaron su firmeza en la defensa de los más necesitados.

Fueron estos, unos 40, quienes tuvieron el honor de llevarlo ayer en el tramo final de la marcha fúnebre para depositarlo en la Basílica de Santa María la Mayor, en Roma. Migrantes, presidiarios, sintechos, pobres, transgéneros y otros excluidos conformaron su “guardia de honor” final.

Como jefe de Estado, Francisco demostró una habilidad única para conectar con líderes mundiales y abogar por la paz, la justicia y el cuidado del medio ambiente. De hecho hasta después de fallecido Francisco “intervino” en un poderoso acto político. La reunión en plena Basílica de San Pedro entre Donald Trump y Volodimir Zelensky, en un acercamiento tras el altercado diplomático que protagonizaron en la Casa Blanca el pasado marzo, es señal de un poder que ha trascendido lo terrenal.

Francisco también hizo valer su voz en foros internacionales con su llamado a la responsabilidad ante los desafíos globales para un mundo más justo y equitativo. Su amor por los presos, reflejado en el testimonio de la cárcel de Picassent, fue otro ejemplo conmovedor de esta coherencia entre su fe y sus acciones. Cada gesto, cada palabra, fue una invitación a vivir en la verdad y a no ser indiferentes ante el sufrimiento humano. Francisco fue el papa del pueblo, el papa coherente.

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