Según las noticias, estas personas venían caminando por horas intentando salir del aislamiento forzado que provocan las intensas lluvias. Asimismo, en Fuerte Olimpo y en otras comunidades chaqueñas, familias enteras abandonaron sus hogares, no por voluntad, sino porque el agua, que no sabe calendarios ni promesas políticas, inundó las esperanzas que tenían.
El Chaco se ahoga, y con él, se hunden casas precarias, caminos de tierra, escuelas rurales y centros de salud que nunca estuvieron preparados adecuadamente para esta situación. Se pierde lo poco sembrado. Por otro lado, aumentan las enfermedades. Y los más afectados son siempre los mismos: comunidades indígenas, familias campesinas, trabajadores que no aparecen en los discursos oficiales, pero que sostienen silenciosamente la vida chaqueña.
El Gobierno está asistiendo y es justo decirlo. Helicópteros, víveres, agua, ayuda médica están llegando en la zona gracias a gestión de las autoridades. Pero también es justo decir que esa ayuda llega después del susto y con el agua al cuello.
Esta noticia de asistencia para el Chaco no es nueva. Las emergencias en Paraguay tienen la característica singular de ser cíclicas, casi predecibles, pero tratadas como si fueran sorpresas. Ya no sorprenden las inundaciones en el Chaco, ni tampoco sorprende la sequía. Lo que sí sorprende, aunque tal vez ya no debería, es que cada año se actúe como si fuera la primera vez que ocurre.
Mientras el agua sube, en el Congreso se discutía si declarar o no la emergencia en los departamentos chaqueños. ¿Cuál fue la razón del estancamiento? Simple “fricciones”, según reconoció el senador Silvio Ovelar. La disputa política se dio antes de un receso por la Semana Santa, como si la gente del Chaco pudiera esperar a que los políticos vuelvan de sus mini vacaciones.
Ya basta de asistencia para la foto y de héroes de ocasión. El pueblo chaqueño no necesita helicópteros una vez al año. Necesita caminos transitables, acceso permanente al agua potable, centros de salud equipados y una política pública que piense en soluciones permanentes.
En esta historia chaqueña queda claro que no hace falta agua para ahogarse, ya basta con el abandono que sufren.
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