¡Cristo resucitó de los muertos!

¡Felices Pascuas de Resurrección! Este es el día que el Señor hizo para nosotros, alegrémonos y compartamos esta alegría. Después de atravesar la Semana Santa como un abismo de amor, donación y sufrimiento, llegamos a la mañana del Domingo de Pascua: ¡es la aurora de la nueva creación!

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Una vez Dios creó este mundo espléndido, que el ser humano desordenó por su orgullo. Ahora, en Cristo, Dios recría el mundo y da nuevo sentido para nuestra vida, así como para nuestra muerte. Sabemos que, para vencer a un hombre fuerte, solamente otro hombre más fuerte: el Señor, fuente de todo bien, derrotó finalmente al mal, al dolor, a la corrupción y a la muerte.

La Resurrección de Cristo es el centro de nuestra fe, la confirma y le da firmeza inquebrantable. Sin embargo, no es muy sencillo creer en la resurrección de Cristo, y de ahí, en la resurrección de los muertos, ya que no es un suceso verificable científicamente que satisfaga a los cinco sentidos.

En el Antiguo Testamento se va dibujando despacio esta idea, empezando con Daniel 12 y después en 2 Macabeos 7. En el Nuevo Testamento la primera cita es de 1 Tes 4, pues Pablo exhorta: “No se pongan tristes como los demás que no tienen esperanza”, por no saber lo que pasa con los que ya descansan en Dios. El Evangelio de hoy sostiene que ellos “todavía no habían comprendido que, según la Escritura, Él debía resucitar de entre los muertos”.

La Resurrección de Cristo es un hecho histórico, porque es comprobada por testigos que merecen confianza, pero es también un hecho transhistórico, va más allá de la historia, y abarca desde la creación del mundo hasta su feliz consumación.

En nuestro bautismo ya recibimos esta semilla de inmortalidad, que debe ser alimentada a lo largo de la vida, especialmente con el pan vivo bajado del cielo, que es la Eucaristía.

Hoy nos incumbe a nosotros la exigente tarea de resucitar las realidades muertas que están alrededor nuestro. Cuando algunos políticos se confabulan con intereses oscuros, trabajemos por la búsqueda del verdadero bien común; cuando nos seduce la tentación de encerrarnos en nuestras casas, participemos de una comisión vecinal para pleitear el arreglo de los baches, y cuando nos zarandea el rencor, busquemos en Cristo resucitado la fuerza para perdonar y superar.

Desde este momento hemos de vivir con valores de personas resucitadas, que saben que deben pasar la vida haciendo el bien y sanando a los desorientados por el egoísmo y la codicia.

Paz y bien

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