Los “chicos” MAGA son así

Cada vez lo tengo más claro. La personalidad de Donald Trump se asemeja a la de un maltratador que infunde terror en el hogar por medio de la violencia psicológica y verbal.

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Una vez que tiene sometida a la familia, le pasa la mano cuando lo que se teme es un bofetón. Y así hasta el siguiente episodio de maltrato, que suele estallar de modo inopinado y sin justificación alguna.

Más de la mitad de los electores en Estados Unidos votó a favor de que la nación, o sea, el hogar de todos, cayera bajo el arbitrario dominio del actual presidente y su doctrina MAGA, con tendencia a la autarquía. Podría catalogarse de un síndrome de Estocolmo, producto de los primeros cuatro años de gobierno trumpista.

Sólo así se explica que llegaran a creer el falso relato de que Trump fue víctima de un fraude electoral en 2020 y que justificaran el intento de golpe de Estado en el Capitolio que el republicano instigó el 6 de enero de 2021 para abortar la certificación de Joe Biden como presidente electo. Se sabe que en un entorno donde hay maltrato con frecuencia las víctimas adoptan el punto de vista del victimario.

Pero el abuso que ejerce Trump va más allá de los confines de Estados Unidos, pues encarna a un maltratador con ansias expansionistas. O sea, pretende imponer su errático mandato en otras casas, que vienen a ser otros países.

O incluso en otros continentes donde nadie votó por él, aunque cuenta con aliados que en sus propios territorios ya ejercen el despotismo (véanse Vladimir Putin en Rusia y Viktor Orban en Hungría) o aspiran a hacerlo (véase Marine Le Pen en Francia).

La volatilidad que exhibe el mandatario estadounidense –con sus súbditos aturdidos sin saber si la guerra arancelaria avanza o se suspende y qué libertades van a sufrir el zarpazo de su Administración–, ahora también alcanza otras orillas con amenazas, ultimátum, ruptura de alianzas y una oleada de insultos.

Uno de los aspectos más perturbadores del trumpismo es la sarta de vituperios que salen de la boca del presidente y de algunos de sus asesores más cercanos. Cuando niños nos enseñaban que si algo define a una persona es su educación y sentido cívico. Pues bien, si aplicamos esa lección básica, Trump encarna los instintos más soeces del ser humano.

Sólo así se explica que afirme que la Unión Europea “se creó para joder a los Estados Unidos” y que, en plena crisis desatada por su descabellada cruzada arancelaria, se jacte de que supuestamente las naciones afectadas le “imploran” para llegar a un acuerdo: “Os digo que estos países nos están llamando, besándonos el culo”. Palabras textuales del presidente de la gran democracia americana que, en opinión del analista español José María Lasalle, pretende “imponer una mirada cruel hacia el mundo”.

Lógicamente, cuando para el jefe supremo los vejámenes forman parte de las relaciones humanas, sus subalternos se suman a la repartición de agravios que entre ellos mismos se lanzan. Pete Navarro (gurú máximo del disparate arancelario) se refiere despectivamente a Elon Musk (gurú máximo del disparate de la motosierra en el gobierno federal) como un mero “fabricante de autos” por atreverse a criticar los gravámenes a otros países; y Musk, a quien le urge que la sangría en las Bolsas se frene porque su imperio se tambalea, le responde calificándolo de “imbécil” y “más tonto que un saco de ladrillos”.

Por si fueran pocos los exabruptos que intercambian, el vicepresidente J.D. Vance, que en su visita a Múnich no ahorró en ofensas a los miembros de la UE, se refiere al comercio con China en los siguientes términos: “Pedimos prestado a los campesinos chinos para comprar las cosas que esos campesinos chinos fabrican. ”Y no lo hace honrando a los campesinos del mundo que trabajan de sol a sol, sino con un desprecio que no ha dejado indiferente a la población del gigante asiático.

Desde Pekín, ven a Vance como un tipo “ignorante” y “maleducado”. Podría decirse que se ajusta al estereotipo del “Ugly American” (el origen del término radica en la novela homónima de Eugene Burdick y William Lederer publicada en 1958) que se cree superior a los demás, pero es abismalmente provinciano.

Sobre estas trifulcas que ya son el espectáculo diario en Washington, la portavoz de la Casa Blanca, Karoline Leavitt, las minimiza soltando: “Los chicos son así”; como cuando en el patio del colegio se armaba una gran bronca que iniciaban los bulliesde toda la vida (esos que te quitan la merienda y te hacen temblar si no les ríes sus maldades), y sus madres, en vez de enderezarlos de una vez, se limitaban a decir: “Es que los chicos son así”.

Esos perdonavidas que luego crecen hasta ser verdaderos abusadores en el hogar, en el trabajo y, si se les deja, en la mismísima Casa Blanca.

Los psicólogos señalan cuatro etapas que el maltratador escenifica al atrapar a sus víctimas: la tensión que genera, los incidentes que provoca, la reconciliación a modo de enmienda y una calma pasajera en la que justifica el abuso a fuerza de mentiras, chantajes y manipulación.

Bajo el vacilante techo MAGA, los que no se rindieron al síndrome de Estocolmo tendrán que liderar la avanzadilla para escapar de tan dañino ciclo.

Gentileza: Firma Press.

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