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En una escuela de Itakyry, departamento de Alto Paraná, en una práctica que recuerda actos de chupamedismo de la era estronista, hicieron grabar a unos pequeños estudiantes un video con un coro cadencioso: “Muchas gracias, señor presidente Santiago Peña, por las sillas”. Un esperpento del cual son responsables las autoridades educativas que nos retrotraen a recursos viles de 40 años atrás.
“Con los niños no”, gritaban los cartistas cuando se rascaban las hendiduras ante el avance de “huestes satánicas” que querían supuestamente degenerar a niños paraguayos. Este triste coro de “agradecimiento” degenera la mente de esos niños en su calidad cívica.
Les hacen creer que quien provee las sillas es “el señor presidente”, cuando tal provisión es pagada con fondos que pertenecen a la ciudadanía, con ingresos públicos. Itaipú, por encima de lo que creen Justo Zacarías, Alliana y otros próceres del cartismo, es de la República del Paraguay y no de quienes son autoridades ocasionales y usurpan su riqueza en provecho particular.
El video de marras fue subido a Facebook por la Dirección de Educación Departamental del Alto Paraná, departamento donde rige el peso de los hermanitos Zacarías Irún, cartistas conversos y aplicados. Y altamente beneficiados.
No midieron las consecuencias. Y ante la evidencia de que quedaron en ridículo ante la opinión pública (incluso ante connotados cartistas), por la manipulación politiquera de esas mentes inocentes, las autoridades educativas del departamento se vieron obligadas a bajar el video. Pero ese documento audiovisual ya lo había capturado la gente y quedará como un oprobio eterno para quienes lo promovieron.
En los últimos tiempos —seguro que con alguna asesoría de imagen— se lo ve en las redes al presidente de la República abrazando y besando a niños en diversas localidades y en abundancia de repeticiones. Una antigua práctica demagógica ejecutada sobre todo por dictadores cuyas políticas contradecían posteriormente sus mimos a los pequeños.
Caer en algo parecido al culto a la personalidad exhibe una flaqueza. Se da cuando el político no está seguro de su aceptación por parte de la ciudadanía y se despeña en una sobredosis de exposición. Al mismo tiempo, sus conmilitones hartan con la apología.
Y algo grave: la autoridad educativa nacional parece perdida en el laberinto de intereses que existe en el ámbito administrativo de la Educación.
El sistema educativo en sí no parece prioritario. Lo imperioso y visible parece ser la necesidad de justificar el uso de la educación y de los niños para satisfacer el torbellino de codicia de los poderosos.
Buen provecho, pero lejos de los niños.
nerifarina@gmail.com