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Cuando nos hemos quedado sin dinero para comprar los medicamentos, me fui al Instituto Nacional del Cáncer. Me dijeron que allì podía seguir el tratamiento. Esta noticia me devolvió la esperanza. El médico me había dicho que la preocupación puede debilitar mis defensas y que procurase no pensar mucho en mi enfermedad, que el cáncer tiene cura, que puedo volver a la vida normal, a la vida despreocupada de antes.
Acompañada de mi madre me fui al Instituto del Cáncer. No fue fácil llegar de nuestra casa, ubicada a 120 kilómetros de la capital. Con las indicaciones que nos dieron hemos llegado bien. Tardamos un poco, pero nos atendieron con amabilidad. Al quedar registrada como paciente me tranquilicé bastante. Iba a seguir el tratamiento tal como me había recomendado el médico a quien comuniqué que buscaría un instituto público especializado. Me deseó suerte y me recordó que “por nada del mundo” abandone el tratamiento. Pasó otro rato, y me atendió un profesional que me citó para dentro de dos semanas. Me dio la orden para medicamentos a retirar de la farmacia y otra para nuevos estudios.
De cinco medicamentos, en la farmacia tenían dos. Presté dinero de un familiar para adquirir el resto. A los 15 días regresé. Esta vez me dijeron que el equipo estaba descompuesto y que no sabían cuándo estaría reparado, que estaban esperando que el ministerio de Salud les transfiera el dinero; que…ya ni me acuerdo del resto. Me senté a llorar. También mi madre. Pronto se nos acercaron otros pacientes que intentaron calmarnos diciéndonos que no estábamos solas, que también ellos padecían las carencias del instituto, pero que si nos uníamos podríamos hacer escuchar nuestras voces y hacer conocer al gobierno y a la opinión pública los padecimientos que nos devastaban...
Así lo hicimos pero nadie nos escuchó. Los pacientes morían por falta de medicamentos y los equipos que no andaban. Los problemas tenían una solución fácil: comprar los remedios y componer los equipos. ¿Qué no había dinero? Esta respuesta nos dolía mucho más que la enfermedad. ¿No había dinero y los parlamentarios se autoaumentaron seis millones de guaraníes cada uno por encima de su dieta? ¿No hay dinero y el Congreso se llena de gente analfabeta con millones sueldos? ¿No hay dinero y se gasta 35 millones de dólares en la compra de pupitres chinos por los que se han pagado 10 veces más de su valor? Con la propina que habrá quedado de ese robo bien podían evitarse que los enfermos nos muramos en la calle.
Nuestras penurias se agravaron cuando nos enteramos que los medicamentos que necesitábamos estaban pudriéndose en un depósito. Más de mil millones de guaraníes echados a perder a igual que nuestra vida. Cuando junto con otras organizaciones sociales expresamos nuestra protesta, también por otros temas, salió la senadora cartista, Cristina Villalba, a decir: “Si le pican que se rasquen”. Y otros, de su mismo movimiento, publicaron por las redes sociales: “Tranqui, hay cartismo para rato”.¿Hasta cuándo? ¿Hasta que nos muramos todos?
Es inhumano la prevalencia de la política y la corrupción por encima del sufrimiento de tanta gente. ¿Y la ministra de Salud? Los cartistas la mezquinan como una imagen sagrada.