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La crisis en el SEME es la más reciente muestra del desprecio oficial hacia la salud pública. Con solo 11 ambulancias operativas para un país entero, el colapso del sistema de traslados no es un accidente; es el resultado predecible del abandono, desidia y decisiones absurdas que ponen en peligro la vida de los ciudadanos.
Mientras tanto, las autoridades insisten en inaugurar hospitales “de utilería”, sin los insumos, el personal ni la infraestructura necesarios para funcionar. Un guión repetido hasta la náusea: rimbombantes actos para, poco después, tener salas vacías y pacientes sin atención llevados, algunos de ellos, a la muerte. La planificación brilla por su ausencia; la coherencia, también.
El SEME, que debería ser la columna vertebral de la atención prehospitalaria, se desmorona bajo el peso de la negligencia. Esto no solo se trata de falta de ambulancias, existen 575 funcionarios en un servicio colapsado, muchos con múltiples contratos, mientras los pacientes esperan traslados que nunca llegan.
Pero lo más indignante es la falta de empatía. Las autoridades reducen muertes y padecimientos a simples “errores”, como si cada fallecimiento por falta de atención fuera un dato menor en una planilla de Excel. No hay reconocimiento de la gravedad del problema ni un mínimo de vergüenza. Solo excusas, improvisaciones y promesas vacías.
La salud pública no puede ser un simulacro. Los edificios “modernos” deben estar operativos DE VERDAD con equipos funcionales, no terapias itinerantes de utilería que se montan de hospital en hospital, como espectáculos de circo, para la foto.
Lo del SEME no es una crisis repentina, sino el resultado de una política sistemática de abandono. Esta administración ya tiene sus buenos meses en el poder, así el atavismo histórico no es excusa para la ineficiencia. Las autoridades de Salud deberían sincerarse y asumir que con el SEME y con todo el sistema deficiente se les cae el discurso y la careta. Mas no pierden la vergüen$a.