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Esta retirada es un nuevo traspié frente a la comunidad internacional que evidencian la falta de una política exterior sólida y la nula credibilidad en este Gobierno. Pese a haber tenido en un principio la promesa de apoyo del bloque sudamericano y la bendición de los Estados Unidos, “algo pasó” por el camino.
Ese algo es un conjunto de errores de timing y manejo. Las diarias denuncias de corrupción en áreas tan sensibles como educación y salud, y, la infición de personajes ligados a la narcopolítica en todos los estamentos gubernamentales, no revestían coherencia con la imagen país que se quería mostrar al exterior.
Por otra parte, Paraguay no acompañó la iniciativa de la OEA de racionalizar gastos, recortar los cargos de confianza, decisiones que no cayeron bien al pleno y le restaron credibilidad, y votos. Pero el meollo del asunto está en por qué Itamaraty tomó distancia.
A los ojos de los analistas esto se dio desde el momento en que nuestro gobierno estableció un apego especial hacia el nuevo presidente de los Estados Unidos, Donald Trump, lo que generó suspicacias en Brasil. Esto ponía en entredicho la capacidad de diálogo abierto, la neutralidad y la capacidad de Paraguay de defender los intereses hemisféricos en el hipotético caso de que se hiciera con el sillón de la OEA.
Otro factor que le jugó en contra a nuestro país fue la guerra arancelaria de Trump -quien dijo que América Latina no sería su prioridad- contra Canadá y México, miembros de la OEA, sumado a que los EE.UU. no aseguraron apoyar a Paraguay, finalmente, constituyeron el golpe de gracia a la carrera de Ramírez.
Esta coyuntura favoreció a Albert Ramdin de Surinam, quien, sin demasiada parafernalia, logró el apoyo mayoritario, llegando mañana como único candidato. El hecho evidencia a los actores locales que el modelo de “cintura política” para “afuera”, no es mismo que el que se aplica en casa.