Si Alexei Navalny pudiera hablar

¿Qué diría Alexei Navalny de la peligrosa alianza entre Donald Trump y Vladimir Putin? Nunca lo sabremos.

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El pasado 16 de febrero se cumplió el primer aniversario de la muerte del reconocido opositor ruso. Pero su deceso no fue accidental, tal y como el oficialismo ruso lo presentó, sino un asesinato de Estado en toda regla.

Hagamos memoria: Navalny llegó a convertirse en el opositor más prominente contra la autocracia de Putin. Durante años, denunció dentro de Rusia las violaciones de derechos humanos y la corrupción que salpica al Kremlin.

En poco tiempo su activismo atrajo a cientos de ciudadanos, alarmados por el curso despótico de un gobernante entrenado en las mismísimas entrañas de la KGB. Consciente de que Navalny era un enemigo infatigable que podía hacerle sombra en unas elecciones limpias, el mandatario ruso llegó a encarcelarlo mediante el montaje de un juicio cuyos hilos movía él. Así comenzaron sus entradas y salidas de la cárcel.

Si algo aprendió Putin de las décadas de estalinismo soviético, fueron los métodos que la Inteligencia ha empleado para deshacerse de los desafectos dentro y fuera del país. Navalny no se libró de un intento de envenenamiento con agentes químicos del que logró sobrevivir después de que lo trasladaran de emergencia a un hospital en Alemania. Tras pasar un tiempo en el extranjero, decidió volver a Rusia, convencido de que la batalla había que librarla in situ aun a riesgo de perder la vida, algo que sólo fue cuestión de tiempo.

Poco después de su retorno en enero de 2021, que para muchos rusos significó una esperanza de cambio, Putin lo apresó de nuevo y lo encerró en una colonia penal situada en el remoto círculo ártico. Los abogados que defendían al opositor denunciaron las condiciones infrahumanas en que se encontraba: encerrado en una celda sin calefacción, desnutrido, aislado y con la sospecha de que le estaban inoculando sustancias tóxicas.

El activista pereció el 16 febrero de 2024. Al menos eso es lo que comunicaron las autoridades, pero nunca se sabrá a ciencia cierta cuándo y en qué circunstancias falleció. Ni sus abogados, ni su viuda, ni su madre tuvieron acceso a sus restos para que realizara una autopsia. Putin no iba a dar detalles ni explicaciones. Misión cumplida: su mayor rival había sido aniquilado.

En el primer aniversario de su muerte, más de 1.500 personas tuvieron el valor de acercarse hasta su tumba, en un cementerio en Moscú, donde depositaron flores y mensajes de solidaridad. Hay que ser muy valeroso en la Rusia actual para, a cara descubierta, desafiar a la policía política y terminar fichado por un régimen que persigue la libertad de expresión con condenas severas.

Como era previsible, hubo arrestos e intimidación en un acto donde la madre del recordado opositor declaró que no descansarán hasta que se investigue a fondo su muerte. Desde el exilio, su viuda, Yulia Navalnaya, agradeció el respaldo de los ciudadanos y aseguró que el legado de su esposo pervive.

Mientras se procura mantener viva la llama de una oposición sitiada en Rusia, el vicepresidente de Estados Unidos, J.D. Vance, acudió a la Cumbre de Seguridad, celebrada en Múnich, para denostar a las democracias europeas y manifestar el apoyo de la Administración Trump al Kremlin, convertido en el principal interlocutor de Washington mientras la Unión Europea y la OTAN son relegados, a la vez que Trump y Putin deciden la suerte de Ucrania al cabo de tres años de cruenta invasión rusa.

Como parte de la maquinaria de desinformación que estos dos personajes alimentan, el republicano ataca virulentamente al presidente ucraniano, transformando al invasor en “víctima” de la nación invadida. Antes de recibir la tajada que sacará a la hora del reparto del botín, le hace el trabajo sucio a su amigo ruso. Así se conforma el tablero geopolítico en la “era dorada” del trumpismo y que para Putin es una bendición. Lástima que Alexei Navalny ya no pueda alzar la voz. Ese siempre fue el objetivo: callarlo para siempre. [©FIRMAS PRESS]

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