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Según el Diccionario del Castellano Paraguayo, de la Academia Paraguaya de la Lengua Española, elaborado por el sabio académico don Juan Aguiar, pichado es aquel que “se enoja con facilidad”. Y últimamente, don Santiago va de pichadura en pichadura. Sus discursos tienen alto contenido de conflictividad. Algo lo tiene fastidiado. Y no es solo la prensa, a la que no le queda más remedio que reflejar los desaguisados de los políticos, especialmente los del movimiento que lo llevó a ser presidente.
No se lo nota cómodo en sus intervenciones. Recuerda permanentemente a Abdo —por ejemplo—, como si continuara compitiendo con él. Vamos, don Santiago, Abdo ya fue. Ahora está usted, la pelota es toda suya. Va a la Sociedad Interamericana de Prensa (SIP) y no tiene mejor idea que fustigar a medios. Sería como ir a pronunciar un discurso en el Vaticano y despotricar contra las encíclicas papales.
La prensa no es el problema, don Santiago. Los hechos son su problema. La prensa refleja solo los hechos. Y muchos de los hechos (negativos) reflejados por la prensa son ocasionados por sus propios compañeros de ruta.
El periodismo, como función pública, molesta siempre al poder. Es un contrapoder. Esa es su naturaleza. Todos los poderosos sueñan con una prensa complaciente (que en ese caso dejaría de ser prensa). Pero los actos emanados del poder y puestos ante la ciudadanía hacen que en esa relación prensa-poder haya tensión irremediable.
Un presidente de la República, con todo el bagaje de su investidura, en vez de gritar sus propias frustraciones, debería desplegar verdades irrefutables. Don Santiago le vociferó a un periodista un cúmulo de acusaciones que fueron luego contestadas por la realidad de las cosas. En su descontrol, don Santiago mezcló todo: ABC, Ueno, sus acciones, Atlas, IPS. El presidente tiene el derecho de enojarse. Pero debe discernir entre el origen y el objeto de su enojo. Y actuar como presidente, no como matoncito del barrio.
Enfrentarse con un medio no le conduce a nada. Debe hacer que su acción de estadista obligue al medio a respaldarlo. No por complacencia, sino por confluir tal acción gubernamental con los intereses ciudadanos.
El presidente no tiene una oposición organizada. Entonces, para victimizarse y articular a su tropa política, parecería abocado a construir un enemigo propicio: un medio periodístico.
Pero para enfrentar a un medio hay que tener astucia, estrategia y templanza. Y no bramar como mita’i pichado ante una pregunta. Porque, según Jesús (Ruiz Nestosa), el que se picha pierde.