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Actualmente, no ha cambiado nada. La estrategia de obtención de tierras estatales o áreas protegidas con los años tomó oscuros caminos que desembocan en un laberinto de papeles, documentos falsificados, documentos duplicados y una mafia que vende y revende tierras con un afán avaricioso en donde la red que participa se reinventa y se moderniza.
Un claro ejemplo es la denuncia ocurrida como muchos otros en la zona del Pilcomayo, departamento de Boquerón. El caso de Dionicia Maíz, ocupante de cuatro décadas de su tierra, que ahora enfrenta la invasión de no solo uno, sino dos entidades más que dicen ser las dueñas de las tierras en donde ella y su familia vivieron toda su vida.
El atropello que se realiza de forma grotesca con armas y maquinaria pesada de por medio aplana todas las garantías hechas en la propia Constitución Nacional y da prioridad a documentos tan dudosos que ningún juez o autoridad se atreve siquiera a revisar a fondo el caso.
El mutismo que envuelve la causa es agudo y no deja dudas de que es un caso cocinado, como muchos otros en donde buscan agotar a los ocupantes originales y desgastar sus recursos hasta que no tengan otra opción que marcharse o vender sus valiosas hectáreas a precio de banana porque la justicia para los pobres no existe.
No es tampoco ninguna sorpresa que la pulseada por las tierras sea entre ganaderos acaudalados y políticos acostumbrados a sacar provecho de sus contactos y a la ley del “mbarete” en donde el más malandro gana.
Hoy los pequeños productores, que durante años resistieron la indiferencia del Gobierno para llevar progreso hacia la zona ribereña, se enfrentan a una situación donde no hay ética ni sentido de justicia.
Por décadas los pobladores ribereños le hicieron pecho al río, a la sequía, a la inundación y al clima para subsistir. El desarrollo recién ingresó en esa zona hace pocos años y aun así, son despojados por personas que ven el Chaco como un territorio netamente para enriquecerse.
¿Qué les espera entonces a los demás propietarios? Definitivamente es incierto, para ellos y para todos los comunes mortales que conformamos el resto.