Los partidos no deben refugiar ya a inmorales

Las elecciones para convencionales constituyentes realizadas el 1 de diciembre de 1991 fueron de las últimas en las que los partidos políticos tradicionales pusieron sus mejores representantes. El fruto fue la Constitución más completa y libre de nuestra historia. Hoy se le pueden discutir algunos aspectos a la misma, pero en aquella Convención Nacional hubo debate, diálogo, intelecto y raciocinio.

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Estábamos estrenando democracia tras la caída del régimen de Stroessner en 1989. El primer hito en esa etapa se dio el 26 de mayo de 1991 con la victoria electoral de Carlos Filizzola, primer intendente municipal de Asunción electo por votación popular. Poco después, los colorados triunfaron en los comicios para la Constituyente. Y lo hicieron con una relevante oferta electoral. Los liberales tuvieron también una representación memorable en esa Asamblea que nos dio la Constitución de 1992.

Luego, poco a poco, pero de manera progresiva e incesante, los partidos políticos —en especial los tradicionales— se fueron vaciando de calidad intelectual, de raciocinio y de decencia. En las ofertas electorales ya no figurarían los mejores, los más capaces, los preocupados por el país y su gente. Las listas comenzaron a ser ocupadas por los compinches que no irían a trabajar por la patria, sino por un grupo (su enriquecimiento), por sí mismos o por quienes les financiaban la campaña.

La dirigencia de los partidos se fue pauperizando; los dirigentes competían por el poder que les permitiera —por sobre todas las cosas— disponer de las llaves de la función pública y del enriquecimiento rápido y, lógicamente, ilícito con el dinero que debía estar a disposición del bienestar ciudadano.

La degradación en la calidad se notó fundamentalmente en las representaciones parlamentarias. Coincidentemente con el auge del narcotráfico y su poderosísimo poder económico, en los partidos comenzaron a aparecer personajes vinculados con narcos. Y luego se dio lo inexorable en ese proceso: aparecieron los propios narcos teñidos de dirigentes políticos. Ya estaban aposentados como “autoridades nacionales”.

La inmensidad de su dinero permitió comprar instituciones y voluntades. La corrupción sistematizada en el stronismo se fortaleció en la “democracia”. Mediocres, ignorantes, prepotentes, cínicos y desvergonzados se entronizaron en la política. Y lo más doloroso: hoy son mayoría absoluta en ambas cámaras del Legislativo.

Mediante esas mayorías, hoy tenemos a verdaderos delincuentes juzgando “legalmente” a gente decente u ocultando fechorías de sus iguales pillados en robos al pueblo. Cada cual puede citar su ejemplo preferido.

Los inmorales nos han igualao, diría algún ser respetable, parafraseando a don Enrique Santos Discépolo y su inmortal Cambalache. Y esa igualación se debe de manera primordial al bastardeo de los partidos políticos. O a los hombres que los han corrompido.

Los partidos deben dejar de darles refugio y poder a corruptos, inmorales, narcos, lavadores, brutos, ineptos, cínicos, hipócritas, aduladores, faranduleros y faranduleras que farandulizan la política y ultrajan la función pública.

Para extirpar la corrupción hay que arrancar a los corruptos de la política, puntualmente de los partidos políticos.

nerifarina@gmail.com

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