La salida de Lea y la debilidad de Santiago Peña

La salida de la señora Lea Giménez de su cargo de jefa del Gabinete presidencial fue traumática. No cabe duda. Su mensaje de despedida, su explícito lenguaje no verbal y la posterior acotación de su madre, la escritora Ella Duarte, dejan en claro que ocurrió algo fuera de su voluntad. Incluso, contra la voluntad de Santiago Peña. Y eso es grave: la “renuncia” expone la debilidad del presidente ante un poder superior. ¿Cómo se puede gobernar así un país?

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Lea Giménez estaba desde ya en la mira del fusil vengador del Quincho. Era acusada de ser “más leal” al jefe de Estado que al jefe real. Algo imperdonable en ese mundo de odios, caprichos, paranoias, sed de desquite empapado en fragante escocés.

De paso, el asedio a Lea era una forma implícita de hacerse sentir ante Peña. El Quincho ya no confía en la lealtad total de don Santiago. La reiteración de la sanción estadounidense a “su” tabacalera (de algún modo fáctico sigue siendo suya) potenció el delirio persecutorio del patrón.

De ahí la orden a Peña de que asumiera la sanción de Washington como una cuestión contra el Estado paraguayo, contra su soberanía. Un despropósito total. El canciller, en contra de su ánimo, llamó al embajador. Pero esa entrevista tuvo un resultado peor para el Quincho: Mr. Ostfield, lejos de amilanarse, salió a declarar que su país tomó la decisión para proteger su sistema financiero contra actos de corrupción. Y —encima— pronunció la palabra fatal: “extradición”. Que se vaya a dar o no es “harina de otro costado” como diría aquel futbolista. Pero esa palabra crea una alteración exponencial en el Quincho.

Desde la avenida España se redobló el apremio al Ejecutivo. Y se redactó una “declaración” confusa, farragosa, innecesariamente larga; como temiendo decir lo que se estaba diciendo, con redundantes alusiones a nuestro pasado histórico.

Ahí estaban el canciller, leyendo de la manera más neutra posible, y la jefa de Gabinete, cuyo rostro parecía decir: qué hago yo aquí en esta farsa. Su faz sedeña, diría el poeta Fernando Rivarola, gritaba que su presencia ahí era casi una imposición punitiva. Y que estaba cubriéndole al propio Peña. Estaba siendo sacrificada en la hoguera de una vanidad particular.

Este caso expone patéticamente quién maneja el país. Cómo sus propósitos privados están por encima de los asuntos de Estado.

El lastre del presidente es Honor Colorado, que no cesa de farandulear la política, sacando a las cosas que importan del foco de atención que merecen. Para HC es más importante echar a una senadora molestosa, proteger a sus corruptos, a sus nepobebés y otros parásitos; crear “comisiones” para investigar presuntos lavados de activos. Paniaguados de HC investigando lavados. ¡Comiencen por casa, muchachos!

¿Importa a la ciudadanía el affaire Lea? Debería importarle. Es la prueba de que nadie está seguro en este país. Ni usted ni yo. Ni tan siquiera el cada vez más débil —políticamente— Santiago Peña.

nerifarina@gmail.com

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