Queremos vivir para siempre

En este domingo llegamos al momento culminante del discurso sobre el pan vivo, cuando Jesús afirma: “Yo soy el pan vivo bajado del cielo, el que coma de este pan vivirá eternamente”.

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El derecho a la vida es el primer derecho del ser humano, es más, es el derecho a una existencia digna, lo que implica disfrutar de condiciones razonables para tanto.

Consideremos que estas condiciones son materiales, y son emocionales, pues el ser humano no es solamente un estómago a llenar, es también un corazón que necesita de afecto, es un alma que precisa de alimento espiritual.

Contemplamos con aflicción la “cultura de muerte”, que está alrededor nuestro y que se muestra muy eficaz en arruinar cerebros, personas y comunidades.

El materialismo devasta los nobles ideales de uno; el individualismo daña las personas, porque las aísla y las empobrece; la hipocresía, manifestada de distintas maneras, divide las familias y echa por ahí a niños y jóvenes muy vulnerables.

Esta “cultura de muerte” aparece igualmente en tantos vericuetos del poder y de la política, cuando se usa y se abusa de los bienes del Estado para el enriquecimiento ilícito de unos pocos.

Para colmo, con asquerosa impunidad, a razón de una justicia sobornable.

Sin embargo, por la generosidad del Señor, no estamos indefensos ante estos signos antihumanos: Él nos regala el pan que da vida.

Es el don más importante que podemos recibir, pues no se trata de una “cosa”, sí de una Persona, del mismo Jesucristo, Dios presente en la hostia consagrada.

Se establece una comunión profunda entre el Señor, que se entrega, y aquel que lo recibe con limpio corazón. La misma fuerza de Dios va pasando a quien lo recibe, y va destruyendo el mal y las perversidades.

Jesús agregó: “El pan que yo daré es mi carne para la vida del mundo”, para proclamar que la existencia plena que nos brinda no es solamente personal, sino comunitaria, que debe alcanzar todo el planeta, y nadie debe ser excluido por causa del desequilibrio de algunos dirigentes.

En otro momento, Él usó la comparación del tronco y las ramas: quien está unido a Él da muchos frutos, porque sin Él no podemos hacer nada de bueno. Nos unimos a Cristo a través de la Eucaristía, y como Él es eterno, nos regala su misma vida, por causa de su infinito amor.

Y, cuando termine nuestra rápida peregrinación por esta tierra, podremos disfrutar de la vida eterna con Dios, que es el objetivo más importante que tenemos en este mundo.

Paz y bien

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