Dictadura moderna y el derrotero cartista

A no permitir que se imponga una dictadura moderna en nuestro país, instó hace unos días monseñor Gabriel Escobar, obispo del Chaco, en obvia alusión al proyecto que el cartismo viene tejiendo en los últimos años.

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Esa dictadura moderna no es como aquellas de los años de la guerra fría en Latinoamérica, que se imponían con represión, torturas, exilios y asesinatos, sino que, en nuestro caso, aprovecha la debilidad institucional del país para sobornar, chantajear y ocupar el poder.

Una vez ahí, aplica los mismos métodos para tener mayoría en los poderes del Estado, manteniendo una fachada democrática, pero forzando las leyes y reglamentos a conveniencia para imponer un modelo político único que permita hacer negocios a unos pocos, manteniendo a la ciudadanía adormecida y dependiente.

Para funcionar adecuadamente, el proyecto incluye sacar del escenario político a potenciales rivales electorales, inclusive mucho antes de los comicios, utilizando para el efecto la mayoría en el Congreso o, asimismo, el sistema judicial o institucional en general, para anular, perseguir y castigar a cualquier actor que muestre tener respaldo popular.

A la distancia, viendo lo que viene ocurriendo desde el 2011 en nuestro sistema político, advertimos que la afiliación en ese año de Horacio Cartes al Partido Colorado, la compra del respaldo de dirigentes para el cambio del estatuto del partido y así conseguir ser candidato presidencial fueron las primeras etapas de un plan para intalarse en el poder institucional del país de manera continuada.

Tras ocupar Cartes la presidencia (2013-2018), primeramente se aseguró el control del Partido Colorado poniendo al frente, en 2015, a un ignoto diputado ñeembuqueño, Pedro Alliana, en el cargo que ahora él mismo ocupa.

Mientras era presidente hubo también un fallido intento, en 2017, de cambiar la Constitución para establecer la posibilidad de reelección. Luego repetiría la misma estrategia utilizada en la ANR de colocar a un títere en el poder, esta vez para ganar la presidencia de la República en 2018. La jugada falló entonces, pero sirvió de experiencia para perfeccionarla y hacerla exitosa en 2023.

Aunque formalmente estemos en un sistema democrático, en estos momentos el cartismo (no el Partido Colorado) tiene una presencia hegemónica y se ocupa de hacerlo visible, incluso instalando ya un ambiente electoralista pese a que estamos a largos dos años de las próximas elecciones municipales.

En su afán, el expresidente Cartes no tiene miramientos para hacer uso y abuso de Santiago Peña involucrándolo en esta prematura campaña electoral, haciéndole repetir el añejo slogan de “coloradizar la República” en las próximas municipales y presentándolo en los actos político-partidarios como un empleado a su servicio.

No hay rivales aún a la vista, ni en la oposición ni en el Partido Colorado y el cartismo se mueve, por ahora, como si fuera la única fuerza política.

Como “dictadura moderna” que es, pretende perpetuarse en el tiempo, pero con algunos de sus integrantes acusados de ser significativamente corruptos, lavadores de dinero, miembros del crimen organizado, ladrones del erario público y otros fantoches que solo obedecen órdenes, posiblemente, lleva en sí mismo los gérmenes de su destrucción.

mcaceres@abc.com.py

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