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Mi padre ha sido una de las 323 personas que en 2023 recibieron la muerte asistida en España. De ese modo, cumplió su deseo de marcharse de este mundo antes de que una cruel enfermedad neurodegenerativa acabara por postrarlo en una cama con las facultades físicas y cognitivas totalmente mermadas.
Mi padre falleció a los 80 años gracias a la sedación que le practicó un equipo médico de la sanidad pública española. No fue fácil recorrer el camino debido a los obstáculos que enfrentamos, a pesar de que con anterioridad él había establecido sus últimas voluntades en el testamento vital (documento que está al alcance de todos los españoles). Para él y para la Asociación Morir Dignamente (DMD), que fue nuestra guía en todo momento, no había duda de que su caso se ceñía a los requisitos de la ley vigente: su enfermedad era incurable, crónica e imposibilitante.
Unos años atrás le habían diagnosticado Parkinson y una posterior resonancia magnética arrojó un diagnóstico más cruel: su mal era un Parkinson atípico y más severo llamado Parálisis Supranuclear Progresiva (PSP). Mi padre luchó con perseverancia contra el avance de la enfermedad, pero cuando advirtió que más pronto que tarde su actividad intelectual, que había sido su brújula desde muy joven, se desvanecería irremediablemente, tomó la decisión (muy meditada) de solicitar la eutanasia antes de perder del todo su autonomía.
El objetivo de la ley de eutanasia en España es el de respetar la voluntad de quienes, por determinadas enfermedades, desean poner fin a la vida; asimismo, debe garantizar que se haga con la máxima profesionalidad de los médicos, algo que no siempre se cumple. Para mi padre, la mayor dificultad radicó en la falta de formación de los profesionales de la sanidad pública en lo referente a abordar con conocimiento una ley que todavía es nueva y que está en pleno rodaje.
Según datos de DMD, casi un tercio de las personas que solicitan la eutanasia en España fallecieron durante la tramitación. Es un escollo que los defensores de este derecho atribuyen, principalmente, a la burocracia y a una tendencia de los médicos a no ponerse en el lugar de quienes solicitan la prestación de ayuda para morir al verse cercados por enfermedades terminales o padecimientos que avanzan inexorablemente como el Alzheimer, ELA o Parkinson.
Fue muy duro para mí y la familia inmediata acompañar a mi padre en un camino cuyo final sería su despedida definitiva. Pero también fue un motivo de satisfacción ayudarlo a concluir su fructífera trayectoria vital. A lo largo de su vida luchó por la libertad en Cuba, su país natal y de donde tuvo que huir por la dictadura castrista; también luchó a favor de las libertades individuales porque era un firme creyente en el modelo de las democracias abiertas.
Mi padre era un liberal en el sentido más amplio (no sólo en lo económico) y siempre se pronunció a favor de la legalización de la eutanasia. Para él era un derecho fundamental que debía estar al alcance de quienes se vieran en situaciones extremas de salud.
La vida nos aboca a pasar de lo abstracto a lo concreto y es la prueba definitiva de la capacidad de poner en práctica las creencias que enarbolamos. En el otoño de su vida –después de haber escrito sus memorias, Sin ir más lejos, publicadas en 2019–, mi padre se vio en la disyuntiva de plantearse una muerte asistida como salida a una enfermedad que lo carcomía con rapidez. Lejos de abordarlo con emotividad, lo hizo con fría racionalidad y fiel a su línea de pensamiento: había llegado el momento de acogerse a la ley de eutanasia y, por ser ciudadano español, tenía la fortuna de poder hacerlo en uno de los pocos países que ha legalizado este derecho (un total de 7 en todo el mundo). En la década de los 70, mi padre vivió con júbilo la transición a la democracia en España.
Desde entonces, la conquista de las libertades individuales fue avanzando porque la sociedad española estaba dispuesta a abrazar la tolerancia. Cuando en junio de 2021 la ley de eutanasia finalmente entró en vigor, contaba con el respaldo de la mayoría de los españoles. Representó todo un triunfo frente a las presiones de la Iglesia y la oposición de partidos de ultraderecha como Vox.
Hoy me uno a las celebraciones de organizaciones como DMD, que en el tercer aniversario de esta ley también informan de la importancia de mejorarla y de resolver los obstáculos que los solicitantes encuentran a lo largo de tan duro proceso. También, y a pesar del profundo dolor que siento por su pérdida, celebro que mi padre pudo despedirse como él lo deseaba: por medio de una muerte digna y muy dulce (Una muerte muy dulce es el título del libro que Simone de Beauvoir escribió sobre los últimos días de vida de su madre), que lo libró de un deterioro definitivo que para él era inaceptable. Mi padre vivió y murió libremente. Ganó la más primordial de las batallas. [©FIRMAS PRESS]