Un bálsamo que en algo alivia tanta alevosía

Ante tantas señales, sospechas y certezas de corrupción y de impunidad en el poder, apareció como un bálsamo, como un motivo de alegría. Despertó un fervor que se había apagado en este país en el que la bronca está siempre latente. Guaireña, lozana, morena, tiernamente recia, Aye Alfonso aunó ansiedades y nos devolvió el añorado sabor de sentirnos colectivamente ganadores, aunque el triunfo fue solo suyo: nada más que suyo.

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Años atrás, el factor convocante había sido la selección de fútbol, hasta que la misma entró en decadencia de la mano de una de las dirigencias más improductivas en la historia de la Asociación que rige ese deporte.

En el 2022 tuvimos los memorables juegos Odesur, y aclamamos aquellos Grammy de la imponente Berta Rojas que nos sonaron a gloria.

Luego, las rutinarias vergüenzas con las que nos enlodan nuestros ínclitos políticos, arrogantes, beodos, esperpénticos. La caterva politiquera instalada lujuriosamente en el poder.

La miseria ética se nos presenta día tras día como un espectáculo obsceno promovido y justificado mayormente por un grupo político que exhibe con desparpajo su “mayoría absoluta”. Que está más para alimentar los delirios y caprichos de su amo; sus gustos políticos extravagantes que han llenado los poderes del Estado de bufones, falsarios y maleantes.

Y sigue lloviznándonos el mensaje de que mientras seas de ese grupo tienes licencia para quebrantar reglas, leyes y las convenciones morales sobre las que se funda la humanidad. Los del grupo se mueven a sus anchas entre la trasgresión y el delito.

El ser al que llaman Chaqueñito, y que funge de “legislador”, agredió canallescamente a una funcionaria parlamentaria sin que desde la institución ni siquiera le dijeran aquello de Serrat: “niño, que eso no se dice, que eso no se hace”.

El señor intendente municipal de Asunción, joya fulgurante del sector, no puede responder cabalmente (fuera de insultos, amenazas, cantinfladas y despistes) acerca del destino de 500 mil millones de guaraníes de su administración. Parafraseando al señor fiscal general del Estado, parece que ni el mago Mandrake podrá dar con el paradero cierto de esa plata. Pero seguramente el Lord Mayor (¡qué título cursi!) saldrá de ésta sin un rasguño político. Para eso está la “mayoría absoluta” de sus compinches.

Entre tantos desaguisados, el cartismo acaba de darle a la gallarda juventud paraguaya una ministra egresada de la academia de la hurrería.

Mientras, la ciudadanía sigue sufriendo el más roñoso sistema de transporte público liderado por unos pillos que le marcan la agenda al gobierno.

Y ni hablar de la inflación, esa que el Banco Central maquilla con tecnicismos que no acallan los precios en el supermercado.

Y ante esta alevosa alevosía apareció Aye Alfonso, cuyo canto promovió desde la admiración más genuina hasta el patrioterismo más virulento. Pero hizo que la gente sintiera que podía aspirar a compartir una victoria internacional que le hiciera olvidar su rutina de males. Algo impagable. Y una vez más, el arte…

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