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Es parte del diálogo entre Germán Martínez Vierci y Juan Carlos Galaverna en un programa de TV. La grabación ya es eterna en las nubes, como testimonio de alguien que sabe de lo que habla.
El remate de la eternáutica entrevista es demoledor. Germán acota: “Es muy grave lo que decís”. Galaverna arremete: “Tengo plena conciencia y lo reflexioné durante varios meses. En el equipo de Horacio Cartes hay gente que ya ha participado en asesinatos políticos”.
Cuando afirmó esto, Galaverna estaba con Abdo, contrario a Cartes, pese a que éste fue su nepobebé político. Galaverna lo llevó a la ANR y lo condujo hasta la presidencia de la República. Un día Cartes decidió prescindir de sus servicios, y así le fue. Se creó él mismo un enemigo fulminante. Su delfín Peña perdió la interna con Abdo. Lo tuvo que recuperar a Galaverna. Cachito Salomón afirma que a cambio de 100 mil dólares mensuales.
Hoy Galaverna es gurú insoslayable en el Quincho, oráculo para esa Corte de los Milagros que es el cartismo, conformado, en mayoría, por el más vulgar lumpenaje, al cual se ha sumado una caterva de saldos y retazos de otros partidos, algunos de ellos verdaderos esperpentos políticos, ignorantes e inmorales.
Mezcla de Richelieu y Rasputín, Galaverna es un hombre que conoce acabadamente las debilidades y las obsesiones de Cartes con relación al poder, que a menudo se contraponen a su fortaleza económica.
En el caso Kattya, con pleno conocimiento del deseo (y el odio) de Cartes, tomó la lanza y encabezó el atropello para quemar el Rubicón y cruzar las naves, como diría mi amigo Tito en su atrabiliaria forma de citar las frases hechas.
Tal como había obrado en el juicio político a Lugo, ordenó que la expulsión fuera en el mismo día, costare lo que costase, para no dar tiempo a reacción alguna. El hecho consumado y listo. El incómodo Beto Ovelar admitió que Galaverna impuso la idea de la expulsión sumaria. Y hubo que acatar.
Una última cobarde indignidad: no le dieron el papel de fiscal de sangre a alguien de “la casa”, sino a uno de los personajes más grotescos que adhirió Cartes a su corte: el curvilíneo ario Dionisio.
En este caso, Cartes usó a Galaverna para poner orden ante una posible rebelión en la granja: hubo quienes temían alguna consecuencia nefasta si expulsaban a Kattya.
No se sabe si Galaverna sigue rogando a Dios, temiendo las potenciales “barbaridades” cartistas. Hoy contribuyó para una barbaridad (incruenta, por suerte). Y parece cómodo en ese equipo en el que, según él, “hay gente que ya ha participado en asesinatos políticos”. Por las dudas, que siga rogando a Dios.