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La jerarquía de la iglesia católica suele pasar por muchos momentos de debilidades, confusiones, contradicciones. No pocas veces, paradójicamente, se alza contra quienes intentan honrar a la religión con el cumplimiento de su doctrina. En los años 50 y 60 del siglo pasado nuestro país fue testigo de uno de esos hechos que se dio en la imponente figura de un sacerdote católico perseguido por su fe en los Evangelios y su convicción de que la verdad está en ellos. Fue el pa’ï Ramón Talavera, el personaje elegido por la excelente historiadora, Margarita Durán Estragó, para contarnos hechos que continúan mancillando a quienes, desde la dictadura y la iglesia, manejaban los hilos del poder para silenciar una voz libre, solo atada a la doctrina cristiana.
Margarita Durán, con su acostumbrado rigor histórico y sensibilidad social, nos acerca a un ser humano excepcional que dejó girones de su alma en la preocupación por los pobres, los perseguidos, los débiles. Esta preocupación pronto se tradujo en un despiadado hostigamiento por parte del estronismo con la colaboración directa, o solapada, de la más alta jerarquía de la iglesia que abandonó al más puro de sus miembros o lo empujó al abismo.
Este libro nos da los pasos del pa’i Talavera, desde los primeros hasta los últimos, en su pelea incansable por una vida más llevadera de los pobres; una vida sin sueños utópicos, imposible de alcanzarla, sino la simple, la cotidiana, esa que desea que no la humillen con actos bárbaros como dejarlos sin techo, sin pan, sin trabajo por obra de terribles injusticias.
Cada capítulo –más bien diría cada párrafo- expresa la vida de un sacerdote que tomó en serio su sacerdocio y lo llevó hasta el sacrificio. Había jurado servir a Dios y en ese juramento dejó las huellas del Hijo del Hombre. Es cuando Margarita nos cuenta el desamparo de los pobladores de Laguna Pytá, obligados a la fuerza a abandonar sus modestos hogares. La dictadura quería ese espacio para construir un edificio que serviría para el hospital militar y abrir una avenida, General Santos. El Padre Talavera, párroco de una iglesia del barrio, no tenía más armas para defender a los desesperados vecinos sino sus palabras encendidas, su gesto noble y valiente. Para ser escuchado, se iba frente al Panteón Nacional de los Héroes a reclamar justicia. Las autoridades municipales se encargaron de hacerle aparecer como un enemigo del progreso, que se oponía a las obras de bien común. El padre Talavera no se oponía a esas obras sino al costo de las mismas; que no se dejase en la calle a tanta gente ni mucho menos reprimirla con ferocidad.
El itinerario que la historiadora nos traza del pa’i Talavera es digno de ser conocido por las nuevas generaciones de cristianos. Tienen a una personalidad que admirar y, de ser posible, de imitar sus convicciones frente a los muchos padecimientos que hoy soporta gran parte de nuestra población, también indefensa ante la soberbia embrutecida de quienes manejan el país a su antojo.
Los lectores encontrarán en el nuevo emprendimiento de Margarita la biografía de un sacerdote y de una dictadura que lo ha perseguido sin descanso hasta el extremo de expulsarlo del país “por loco”. Hoy, con una docena de “locos” como el Padre Ramón Talavera, viviríamos en un país libre de tanta corrupción, arrogancia y prepotencia.