Historia y ficción

Es bueno que recibamos el año con una expresión cultural. Es la que lava la cara del país en todo tiempo. El pasado día 20, el sociólogo y politólogo José Nicolás Morínigo presentó un excelente ensayo, “El Paraguay del Dr. Francia en el ensayo histórico y en Yo el Supremo”.

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Siempre fue difícil acercarse en vida al Dictador Francia; muerto, más difícil aún. Es así por las muchas y contradictorias opiniones que rodean los actos y pensamientos de un personaje histórico y novelístico a más de las fabulaciones que le acompañan siempre. Nicolás Morínigo estudia al Dictador Francia a partir de dos libros esenciales: “Ensayo histórico sobre la revolución del Paraguay”, de los suizos Rengger y Longchamp, que llegaron a Asunción el 30 de julio de 1819. Estuvieron 6 años, tiempo suficiente para hacerse de materiales para un libro, publicado en Europa en 1828. El otro libro, “Yo el supremo”, de Augusto Roa Bastos, se publicó en Buenos Aires en 1974. La obra de los suizos es un ensayo; la de Roa, una novela. Siempre nos preguntamos dónde comienza la historia y dónde la ficción. Morínigo nos resuelve la vieja y ardua cuestión: une la historia con la ficción.

En el título de su ensayo, Morínigo ya nos adelanta su opinión: “El Paraguay del Dr. Francia” ¿Del doctor Francia el Paraguay? ¿Tanto así? ¿Esta República fue del Dictador Francia? Sí, lo fue. Por los datos que nos da el autor, el Paraguay fue cincelado por Francia con mano firme, vigorosa, sin vacilaciones.

En el libro vemos el socorro que le presta la novela a la historia para una mejor comprensión. Esto es así porque la ficción puede enmendar a la historia. Del 14 y 15 de mayo de 1811 se sabe lo elemental, apenas la cáscara.

En su monumental “Estudio de la Historia”, el inglés Arnold J. Toynbee escribe: “Se ha dicho, por ejemplo, de la Iliada, que todo el que comienza leyéndola como Historia encuentra que está llena de ficción, pero que, igualmente, todo el que empieza leyéndola como ficción encuentra que está llena de Historia. Todas las historias se parecen a la Iliada en la medida que no pueden prescindir por completo del elemento ficticio”.

En “Yo el Supremo”, como en la “Iliada”, hay ficción en la historia e historia en la ficción.

¿Cómo distinguir la mera fantasía introducida en la historia? Hay dos caminos certeros: leer mucho y elegir a autores que investigan, acuden a las fuentes, a las documentaciones, no a los “historiadores” que copian a los historiadores en los fragmentos que avalan su ideología, o sea, su interés de elogiar o censurar comportamientos de figuras conocidas.

Hay otro camino que Nicolás Morínigo nos indica con pericia: presentar la ficción como historia y la historia como ficción. Es más, introduce la ficción para apoyar la historia. ¿Y cuál es el resultado? Un magnífico ensayo que ilumina una parte trascendente de nuestro pasado.

En muchos fragmentos de “Yo el Supremo” pareciera escucharse a Don Quijote reñir a su escudero. El Supremo a su fiel de fecho: “Eh, Patiño, saca esa mosca que ha caído en el tintero. Con los dedos no, ¡animal! Con la punta de la pluma. Como cuando te deshollinas las fosas nasales. ¡Despacio, hombre! Sin manchar los papeles. Ya está, Excelencia; aunque me permito decirle que en el tintero no hay ninguna mosca. No discutas las verdades que no alcanzas a ver... Alcánzame el catalejo. Abre bien los postigos. Despliega todos los tubos. Alguien agita los brazos allá lejos. Está llamando, pide auxilio. Ha de ser ese mosquito nomás, Excelencia, pegado al vidrio.

En estas breves escenas, de las muchas que adornan el libro, Roa Bastos nos da la pintura exacta del Dictador Francia. Solo él veía las verdades que a nadie permitía ponerlas en discusión.

También en este libro de Nicolás Morínigo nada queda para la discusión. Está todo y admirablemente dicho de un personaje histórico cuyo comportamiento es entendible solo desde la ficción.

En fin, feliz año.

alcibiades@abc.com.py

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