Por todo eso, la política se vincula con el humanismo, una filosofía que mira la condición humana, con defectos y virtudes. Con sus luces y sombras. Con sus debilidades y fortalezas. En el ejercicio del poder, conoces al individuo en sus miserias y grandezas; allí, finalmente se saca las máscaras y se muestra al desnudo, tal cual, sin maquillajes ni disfraces.
Por eso nos decepcionamos la mayoría de las veces. Y se dice que un país tiene el gobierno que se merece. Es como un efecto espejo, tal vez. Nos miramos en ellos como si nos observáramos a nosotros mismos. Vernos con nuestros ángeles y nuestros demonios, resulta muy perturbador.
Aun así, seguimos confiando en estas figuras, que no son santas ni perfectas. Pueden sacar la mejor versión de sí mismas. Igualmente, pueden mostrar lo peor, dependiendo del momento que les toca actuar.
Muchas veces, como sucede en estos días, comprendemos que no tenemos reserva moral. Que carecemos de candidatos brillantes intelectualmente; no contamos con líderes carismáticos que arrastren a las masas y generen una locura de entusiasmo. No aparece gente confiable ni creíble. Ninguno de ellos tienen perfil de estadista ni individuos que van a modificar la reciente historia plagada de mentiras y corrupción. Todos arrastran ese karma de un pueblo del cual el infortunio se enamoró, como lo describiera magistralmente el genial Augusto Roa Bastos.
Sin principios, sin ética, sin preparación, sin humanismo y sin moral, emergen estos candidatos arrastrando pasados oscuros que nadie olvida. Estamos muy preocupados por todo esto y no visualizamos una solución a corto o mediano plazo. Como siempre, nos consolamos diciendo que el proceso lleva mucho tiempo. Pero son décadas y décadas eternas, sin un final felíz.
Nos hablan sí de una transformación educativa. Aunque se utilice la tecnología más avanzada, la inteligencia artificial que desea cambiar la vida, nada se puede lograr sin un humanismo verdadero. Un humanismo que se centre en la persona, cuya naturaleza viene de Dios, de un ser superior que nos maneja a todos, con su amor y su sabiduría inagotable y poderosa.
La política, la educación, tienen que ser humanistas. De lo contrario, va al fracasa absoluto. Nadie puede sacarle al ser humano su esencia y su identidad que lo acerca a Dios, quien lo hizo a su imagen y semejanza. Humanismo, es mirar al semejante, al prójimo con compasión, amor y misericordia como uno tendría que mirarse a si mismo. Humanismo no es mirarlo con ideología de género, que es construcción social y no es natural. La política si desea ganar adeptos y votantes, tiene que apuntar hacia las necesidades y los profundos deseos de sus electores que no son tontos ni estúpidos. No mirar solo sus codicias ni llenar bolsillos. La política centrada en un pleno y vital humanismo, es el que mejor interpreta nuestro ser, pensar, sentir y vivir. Esa es la que va a ganar, sin dudas. No la que desea trans humanizarnos y degenerarnos.