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Al cabo de tres años de iniciada la guerra, por fin los acorazados de la Triple Alianza forzaron el paso de Humaitá, en febrero de 1868. López y el grueso de su ejército cruzaron al Chaco, junto con las mujeres y los niños. Fue una travesía penosa, con la suerte de que los aliados no se percataron de la fuga. Fue en esta ocasión que López dispuso el ascenso a coronel del comandante Martínez. Dejó al frente del pequeño ejército para defender Humaitá al coronel Alén, y como segundo al coronel Martínez, que luego se puso a la cabeza de los defensores.
Ante el empuje de las fuerzas aliadas, los aproximadamente 1.000 soldados y oficiales encontraron un hueco para llegar a Isla Po’i. En este sitio se dio el más largo y cruel asedio. Más que por las armas enemigas, los paraguayos morían de hambre o por el hambre perdían las fuerzas para sostener sus armas.
Los enemigos le pidieron, le rogaron al coronel Martínez que se rindiera. Él se negaba a hacerlo, pero cuando veía que sus compañeros morían de hambre, y él mismo con debilidad extrema, aceptó la imposición enemiga. Aún en esa circunstancia, le quedaba la dignidad de imponer sus condiciones, las que fueron aceptadas, como el derecho de los oficiales de permanecer con sus armas. Ya no les servía para nada, pero era el último aliento de patriotismo. Cuando las fuerzas aliadas encontraron en Isla Po’i las huellas de meses de lucha, se asombraron y se conmovieron ante las pruebas de tan raro sacrificio en defensa de la patria.
López ya estaba en San Fernando distrayéndose con los fusilamientos de algunos de los más estimables ciudadanos. En esta atmósfera de tragedia, recibió la noticia de la rendición del coronel Martínez. Como no lo tenía a su alcance, ordenó la comparecencia de la esposa del coronel, Juliana Insfrán. Apenas hubo llegado a San Fernando, Juliana fue obligada a comparecer ante uno de los tribunales, todos muy ocupados en disponer la pena de muerte, previa bárbara tortura.
La primera orden que Juliana recibió es que diera detalles de la conspiración y los nombres de los involucrados. López ya le había declarado al coronel Martínez “traidor a la patria”. La condena extendió a su esposa. Pero le hizo exigir más: que renegara del marido. Ella se negó a hacerlo porque lo amaba y porque sabía que era un héroe. Esta fidelidad al compañero y a la patria le costó la vida. Fue fusilada camino a Villeta luego de que López abandonara San Fernando.
Esta es la verdad histórica.
¿Cómo, entonces, borrar el nombre del coronel Martínez de una calle de Asunción para sustituirlo por el de alguien que nada hizo por el país, ni le importaba hacerlo, salvo alabar a Stroessner?
El pretexto para volver a castigar a un héroe de la patria era que la calle que llevaba su nombre “estorbaba” para que se empalmara con el del otro uruguayo, Luis Alberto de Herrera. A este sí el Paraguay le debe gratitud. ¿Pero al otro?
El primer castigo que padeció el coronel Martínez es irremediable. El segundo sí, restituyendo su nombre a la calle de la que le despojaron.