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Es también normal, y deberíamos creerlo todos, que el hijo del presidente de la Corte Suprema de Justicia firmó un contrato por un monto exorbitante sin que su padre estuviese al tanto de la gestión, pese a que se trataba de un hombre con una solicitud de extradición formulada por el poderoso imperio estadounidense por sus vínculos con el crimen transnacional.
Es muy normal que requisaran el teléfono celular de este hombre y no lo sometieran a pericia alguna para conocer su contenido, vínculos e indicios, pese a saber que había sido detenido en agosto del año pasado por el fiscal Marcelo Pecci, quien fue asesinado en mayo de este año sin que aún exista claridad sobre quién o quiénes fueron los mandantes de este crimen.
Es todo muy normal, tanto que algunos que intentan justificar al ministro de la Corte nos explican la obviedad de que las responsabilidades son estrictamente individuales, como si este escandaloso caso que fotografía a nuestro sistema de justicia se tratase exclusivamente de una discusión legal y no de ética judicial y tráfico de influencias.
De hecho es muy normal que el propio ministro salpicado por el escándalo haya aprovechado una reunión del pleno de la Corte para abrir el paraguas y anunciar que nadie lo podía invocar en ningún caso, ni sus propios hijos.
El pequeño gran detalle que no tuvieron en cuenta en esta ocasión los sospechosos de siempre, es que como contrapartida tenían en frente a un poderoso imperio que maneja y muy bien todos los sistemas de información posibles, por lo que la extradición no pudo ser frenada por más tiempo.
Es que según el Departamento del Tesoro de EE.UU. el hombre utilizaba a empresas importadoras y exportadoras para mover mercaderías y transferir luego las ganancias desde casas de cambios y bancos de Ciudad del Este a EE.UU., Hong Kong, China y otros países, utilizando empresas de fachada, blanqueando así el dinero originado en actividades criminales, lo que le valió la apertura de cinco causas por el paso de estos capitales por el sistema financiero estadounidense.
Por eso fue inatajable su extradición en junio pasado.
En Paraguay, como es normal suponer, ni siquiera fue incomodado.
En los pasillos de tribunales la pregunta es cómo esta vez pudo haber sido salpicado el todopoderoso y muy hábil ministro, de trato campechano y amiguero, experto en las relaciones interpersonales.
Quizás la respuesta está en que el golpe vino por donde menos lo esperaba, desde el corazón de su núcleo familiar.
De todos modos le quedan cuatro meses en el cargo, ya que en marzo debe dejarlo al cumplir los 75 años.
Es que la mayoría pronostica que no habrá votos para destituirlo debido a los buenos vínculos y a esa telaraña de favores que logró tejer a lo largo de las más de dos décadas en la máxima instancia del Poder Judicial.
Sí, ese donde se incuba el mayor de nuestros problemas, la maldita impunidad.