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Somos muy dados a copiar ciertos usos, costumbres y vocablos del extranjero, principalmente de los argentinos, por la cercanía y el idioma común, y para qué negar que la influencia de estos vecinos es demasiado importante. Sobre ellos, sí que podemos decir que son glamorosos: Su farándula es fantástica, y además de los artistas musicales, del baile y de la actuación soberbios y de altísimo nivel, los admiramos por la soltura con que se desenvuelven, el sutil pero elegante desparpajo, la respuesta ingeniosa para cada ocasión y sobre todo el vestir, que sea de etiqueta, casual o deportivo, lo saben llevar con una naturalidad que a nosotros nos cuesta.
En la aspiracional Punta del Este, anteriormente en época estival y ahora ya durante el año todo, se reúne lo más glamoroso de la sociedad argentina y uruguaya, y entre ellos claramente también paraguayos. Sobre estos últimos, suele decir un conocido “es fácil reconocer a los paraguayos en Punta, son los que comen mandarina y escupen la semilla”, hecho que carece de rigor científico pero que tampoco cuesta imaginarse, porque al fin y al cabo ¿cómo comer mandarina sin escupir la semilla?. Aquí nos queda la duda de cómo lo harían los argentinos, pero como que cuesta imaginarse a la Pampita escupiendo la semilla de una naranja que está chupando y atinarle a su zapatilla ubicada a tres metros en la arena.
Como pocas veces ocurre en nuestro país, la admiración y el orgullo por nuestra Miss Mundo (porque para nosotros fue la ganadora) fueron sentimientos que nos aunaron y emocionaron, solamente comparables con los que nos genera la Albirroja cuando está en racha. De esta preciosa chica guaireña sí que puede decirse que tiene glamour, por su elegancia, por la forma en que viste para cada ocasión, su dominio escénico (sea caminando por las calles de Villarica o desfilando ante millones de personas), y sobre todo por su actitud. Viéndola, pareciera como que crea todo un estilo en torno a su figura y su forma de ser, adoptando las tendencias que le benefician, aunque cuesta creer que algo no le quede bien.
Y quizás fue ese el motivo por el cual -y se entiende perfectamente porque el ser humano es así, reacciona a estímulos-, nuestras expectativas en relación a la elección de la nueva señorita que debe representar al Paraguay fueron sumamente altas. El éxito mundial de la saliente, que para más vino con su famosísimo y glamoroso novio, de por sí ya significaban un brillo especial para el evento, por todo ese encanto que rodea a esas personas y hace resaltar al entorno en que se encuentran.
Pero esas ventajas no se supieron capitalizar durante esa noche: Muy difícil percibir el esperado encanto sensual y refinamiento en el evento, quizás nos desconcentramos con las masitas dulces de la mesa del jurado, vaya uno a saber. Puede que haya sido muy pretencioso pasar como glamorosos y llevar con soltura natural la elegancia, elitismo, refinamiento y sofisticación exquisita que esto conlleva, y no era demasiado fácil pensar claro en medio del bullicio que armaban las hinchadas de las candidatas.
Es probable –y esta es apenas la opinión de un ignorante en temas de eventos de esta magnitud- que todo hubiese resultado mucho más amigable, lindo y finalmente salido “redondito” si en vez de tratar de copiar cosas que vimos en otro lugar se hubiese hecho algo chuchi (porque los paraguayos sí sabemos ser chuchis) y todos –candidatas, jurado, público, espectadores- hubiésemos estado más cómodos.
“El que nace para pito nunca llega a ser corneta” reza el viejo refrán, sumamente apropiado para ésta ocasión, y ojalá se aprenda de los errores, que finalmente es lo que importa. Bien por el esfuerzo de tanta gente y todo el éxito para las candidatas que resultaron ganadoras, a las que un espectáculo demasiado largo restó protagonismo.