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Esa misma noche, mientras Moreno estaba dando declaraciones a la prensa, un hombre llamado Adolfo Benjamín Lezcano Rojas salvó su vida de milagro en Pedro Juan Caballero: la pistola del sicario que le disparó un balazo en el brazo se trabó y al criminal no le quedó otra que escapar hacia Brasil sobre una moto.
¿Cuánto es el precio de una vida? Que el crimen organizado y el narcotráfico ganen terreno en América Latina parece no ser una novedad, pero sí es sorprendente la falta de reacción de las entidades que supuestamente nos deben proteger. Los criminales parecen estar mucho mejor estructurados y jerarquizados. El sicariato, como explicó Moreno, se expandió y amplificó a nivel regional y afecta a todos los estratos, en este caso de la sociedad paraguaya.
Gran parte de la sociedad paraguaya es cómplice, consciente o inconscientemente. Grandes hombres de negocios de fachada, que no son más que delincuentes de poderosos esquemas, son los que encabezan muchas de las operaciones ilícitas en nuestro país. El cóctel que se genera con la pobreza, la falta de oportunidades, y la desigualdad, es explosivo. Peor aún: deslegitima a los verdaderos pujantes y valientes empresarios que hacen que este país siga adelante, día a día, aún a pesar de sus problemas.
En la semana que pasó hubo una procesión de comunicados, algunos de ellos hipócritas, que lamentaron la muerte del fiscal Marcelo Pecci. Lo más irónico fue que muchos fueron enviados por las mismas autoridades que supuestamente tienen que evitar la expansión de la criminalidad, pero que, a la hora de la verdad, nada hacen.
Este país parece estar en punto muerto; pero sobre una pendiente de la que va retrocediendo. Estoy convencido de que nuestra nación tiene mucha más gente que busca un Paraguay mejor, pero de alguna forma todo parece quedar en la nada, como estáticos esperando por soluciones o estrategias que parecen no llegar, en un eterno status quo que solo beneficia a unos pocos, los más poderosos.