No hay realidad en la agenda de nuestros políticos

El discurso político ha sido hasta hace poco una herramienta para construir la identificación del electorado con los candidatos. Hoy ya casi no existe, debido a la pobreza intelectual de los políticos y porque al público no le interesa escucharlo. El discurso político no refleja las realidades de la gente, como la pobreza o la criminalidad.

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Mientras los políticos van por los cargos, la impunidad en el negocio narco o por una foto alcahuete en la avenida España, la gente común se angustia por los precios, se desahucia en los hospitales o se muere en la calle de una estocada sin sentido.

En un ataque de masoquismo, escuché días pasados fragmentos del discurso de un candidato colorado. Una retahíla de lugares comunes y frases hechas que no decía nada convincente. No despertaba el entusiasmo ni de la hinchada más alquilada. Algún hincha habrá estado vociferando con la esperanza de un carguito en el futuro hipotético, que lo quitara de la pobreza cotidiana. Y tenía que aplaudir ese discurso vacío.

Si no hay contenido en el discurso es señal de que no hay contenido en la política. Y es imposible que la política tenga hoy contenido si se halla totalmente divorciada de la realidad de la gente.

Un tema terrible es el avance de la pobreza que ya venía amenazante y hoy es una bestia aterradora. ¿Hay algún candidato, hombre o mujer, que piense en cómo diablos saldremos de esta fatalidad pavorosa? La llamada clase media ha comenzado a surtir de nuevos pobres a los números brutos de las estadísticas.

Y si queremos auscultar un poco más profundamente el futuro del país, peguémonos una vuelta por el microcentro asunceno, lleguemos a las plazas del Congreso, el Cabildo y la Catedral. Ahí está la patética visión de una miseria que no tardará en extenderse por más puntos del degradado casco histórico capitalino, hoy camino a desaparecer. ¿Quién se ocupa de ese drama? ¿En qué agenda política se halla?

Hacer como que esa gente no existe o, peor: dejar a esa gente en la condición en que está, vegetando en sus chozas de hule, conviviendo con indolentes personajes convertidos en estatuas por la historia, es la forma más segura de condenarla a la pobreza perenne. ¿Qué sentimientos elevados ni propósitos nobles ni ideales democráticos se les puede exigir a esas personas sumidas en la mugre, las necesidades extremas y un resentimiento solidificado ante la visión de la opulencia de otros desafiando a su propia condición desgraciada?

El discurso hueco de políticos huecos es incapaz de generar impulsos cívicos en la población que aún resiste ante la pobreza desbocada. Y es absolutamente impensable que pueda despertar civismo en quienes cada mañana despiertan para resetear su indigencia obstinada.

En esas plazas está patente lo que llegará a ser el Paraguay si los políticos pueblan su agenda de opulencias, egoísmos, mentiras y ceguera. Si siguen vacíos de ideas y de espaldas a la realidad.

nerifarina@gmail.com

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