Poder corrompido

El poder, el dinero y el placer son los tres ídolos que enceguecen a la mayoría de los políticos y autoridades, causando daños al país y a la sociedad. Al respecto la Conferencia Episcopal Paraguaya (CEP) ya había lanzado un pronunciamiento acerca de la necesidad del saneamiento moral de la Nación. El país estaba carcomido por la corrupción pública, durante la dictadura del general Alfredo Stroessner. Lo penoso es que con la apertura democrática la corrupción se perfeccionó.

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En su carta pastoral de fecha 12 de junio de 1979, la CEP hizo una llamada de atención por el deterioro moral de la nación a causa de la corrupción y la destrucción de la persona misma, portadora de los valores morales.

En la actualidad en esta larga transición hacia la democracia, los tres ídolos siguen vigentes y con mayor ímpetu favorecidos por la impunidad y la permisividad. Es lamentable, pero cuando se permiten actividades ilícitas, donde están metidos los popes de la clase política, golpea a la ciudadanía que quiere vivir en un país mejor donde haya equidad y paz social.

El poder político no es para el enriquecimiento ilícito ni para beneficios personales ni de grupos. El poder es para prestar servicios a la población, sin distinción de ideologías ni credos religiosos. Es para promover el crecimiento y desarrollo de las comunidades.

Cada autoridad sea presidente de la República, ministros, intendente, gobernador, diputado y senador, etc. tienen la obligación de prestar servicios y de buscar el bien común.

Este principio es universal y las autoridades, sean del estamento o cargo que ocupan, deben entender y poner en práctica. Pero si carecen de valores como la libertad, justicia y equidad, verdad, honestidad y responsabilidad, será difícil cumplir con el país.

Si los políticos buscan dinero a través del poder, se distorsiona el objetivo de la política. El escenario que se presenta en el país es el de la politiquería criolla de muy baja ralea y lo peor, algunos políticos están sospechados de formar asociaciones criminales para delinquir.

En todas las edades de la historia de la humanidad se ha demostrado que el poder corrompe. Y las autoridades se enlodan por ambiciones desmedidas en perjuicio de la población.

La ciudadanía le otorga poder a sus autoridades para representar y cumplir el mandato del pueblo, no para buscar beneficios personales ni grupales y menos aún para robar ni formar asociaciones criminales.

rmontiel@abc.com.py

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