Deudas con la ciudadanía

Se fue un año y con él una buena oportunidad perdida por la “clase” política de nuestro país para demostrar honestidad, patriotismo y sentido de compromiso con el pueblo para la construcción de una sociedad más justa, equitativa, democrática.

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El acartonado sistema judicial se aplazó en su función de trabajar por una sociedad en la que impere la justicia, con fiscales y jueces (salvo contadísimas y honrosas excepciones) que no antepongan el interés de sus padrinos políticos a su obligación ante la ciudadanía.

Las denuncias que afectan a ciertos sectores políticos acumulan polvo en los escritorios del Ministerio Público, como el presunto negociado con la merienda escolar en la Gobernación de Itapúa, la estafa cometida contra humildes agricultores de San Pedro del Paraná desde una agencia del CAH, o el presunto desfalco en la Municipalidad de Encarnación, que data ya de tres años.

También tiene una deuda con la seguridad ciudadana ante la creciente ola de robos. Los malandros son detenidos, y al cabo del tercer día, están nuevamente en las calles.

La tan mentada “reconversión” económica ante la crisis causada por la pandemia no pasó del mero discurso oportunista, demostrando falta de creatividad y voluntad para superar el modelo del contrabando de frontera.

En materia de salud, abundaron las contrataciones de obras directas, con su estela de dudas, y se mantuvo el mal crónico de la insuficiencia de recursos humanos y carencia de insumos.

Como signo alentador de que “no todo está perdido”, como dice la canción de Fito Páez, tuvimos el enriquecedor ejemplo de unos niños que dejaron en alto el nombre de Paraguay, en una olimpiada internacional de matemáticas de la que participaron 14 países; vimos brotar actos de solidaridad en las ollas populares, y hasta observamos un representante del Gobierno, el cónsul en Posadas (Argentina), Rolando Goiburú, superar con creatividad y espíritu solidario la burocracia estéril, estableciendo un corredor de medicamentos para enfermos crónicos cuando las fronteras estaban cerradas al “común”.

La decisión colectiva de los encarnacenos en las elecciones municipales últimas es otra señal esperanzadora de que, por encima de arcaicos vicios como el uso del aparato estatal, el discurso intimidante y del poder del dinero, optó por un modelo diferente.

Estamos bien lejos todavía de la “patria soñada” por el poeta Carlos Miguel Giménez. Pero estamos en camino y ese camino lo haremos al andar.

jaroa@abc.com.py

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