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No lo pudo convencer. Entonces, como lo había hecho en 1964 en Brasil, Walters apeló a la última opción, que ya estaba planificada. Y ocurrió lo de febrero del 89. Tío Sam aplicó su tutelaje. ¿Lo haría otra vez ahora y cómo?
Desde 1956, en que Stroessner se entrevistó con Eisenhower en Panamá, el Paraguay se puso bajo tutela de Washington. Stroessner disfrutó durante años del tutelaje. Pero en los 70 hubo cambios que Stroessner no entendió, y el tutor se cansó del tutelado que quería seguir con sus viejas prácticas. Don Alfredo se tornó desafiante, y, en su arrogancia, el 9 de febrero de 1987 mandó atacar con gases lacrimógenos una residencia particular donde se agasajaba al embajador Clyde Taylor. Tuvieron que intervenir los marines para rescatar al diplomático. El stronismo estaba desbocado en su sensación de impunidad. Y así le fue.
Luego de Stroessner el tutelaje siguió y frenó a otro soberbio como Lino Oviedo, quien no supo moderar su codicia. Un caso actual: en una entrevista de Mina Feliciángeli, Horacio Cartes admitió que nombró ministro del Interior al liberal Francisco de Vargas, por “un pedido de los Estados Unidos”.
En los últimos años el tutor vive preocupado. A las drogas se sumaron el terrorismo y el lavado de dinero. La ubicación geográfica del Paraguay suscita temores en Washington. Las alarmas se acrecientan por los laxos controles sobre movimientos de dinero mafioso que suponen complicidades de poderes institucionales y fácticos que permiten que tal exceso trascienda fronteras y se vuelva transnacional e incontrolable.
Esto explica el interés de la Embajada en lo de Oscar y Ramón González Daher: operaban impunemente colosales cantidades de dinero en nuestro sistema financiero. El tutelaje en estos casos tuvo el rostro del asesor legal residente del Departamento de Justicia estadounidense, Brian Skaret, quien, en la consecución de las condenas para dichos personajes, “acompañó” a la fiscala general, Sandra Quiñonez, antigua ficha de los norteamericanos, hoy algo influenciada por otros poderes vernáculos. Sandra se sentirá el jamón del sándwich.
Tío Sam, anciano ladino. Su tutela suele ser permisiva a veces, pero tiene límites. Sam pareciera percibir el riesgo de una nueva dictadura. Diferente a la stronista, pero dictadura al fin. Un tipo de dictadura que de manera delirante apaña desde el lavado de fortunas injustificables hasta la torpe corruptela del patético gobernador de Central. Es impensable que el canoso Sam apele a los anacrónicos cañonazos para acabar con esto, pero la presencia tutorial de Skaret es un aviso de que algo molesta en el Norte. No hay que tomarlo a la ligera. No olviden lo de Stroessner, que fue mucho más poderoso que los aprendices de dictadores que creen que su impunidad será ilimitada.