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A 10 años del enrejado de la Plaza Uruguaya, este espacio público y con fines recreativos, se encuentra en deplorables condiciones. Pasó a ser “un baño” más, donde orinan y defecan diariamente decenas de personas. Todo esto en narices de la policía.
La fuerza pública en vez de resguardar el sitio –declarado inclusive Patrimonio Histórico– se lava las manos y deslinda responsabilidades. Mientras tanto, éste y otros lugares de esparcimiento se pierden entre el abandono, las invasiones, los hurtos y la desidia estatal.
Principalmente por parte de la Secretaría Nacional de Cultura (SNC), que tiene a su cargo estas y varias otras plazas históricas y que al parecer espera la destrucción total de estos puntos para intervenir.
De hecho, no es novedad que dicha Secretaría no mueva un solo dedo para evitar tales invasiones y permita semejante dejadez. Un claro ejemplo es lo que se viene dando con las plazas de Armas y Salazar, que están ocupadas por los damnificados. A estas también se las intentó enrejar, pero el proyecto no prosperó en el 2019.
Y lo que se observa en la actualidad es historia repetida. Desde hace un mes, casi 500 indígenas, entre niños y adultos copan las arterias de la ciudad en reclamo de varios tipos de asistencia y ejecución de proyectos.
Del total, un 30% acampa aun en las instalaciones de la antigua estación del Ferrocarril y en la Plaza Uruguaya, cuyas rejas se convirtieron en el tendedero de sus ropas. Inclusive, armaron hasta sus propios pozos ciegos “al aire libre”, lo que emana un nauseabundo olor e impide transitar en este espacio público.
Es triste y penosa sin dudas la situación en que sobreviven estos nativos en medio de la capital, quienes también son víctimas -en una mayoría - de innumerables injusticias y abusos hacia sus comunidades.
Pero más triste es que las instituciones competentes se desentiendan de la situación, se pasen la toalla y derrochen millones en enrejados inservibles, que a la larga solo evidencian que las soluciones brindadas fueron parches. Con este revivido escenario, esperemos que las autoridades tomen –en algún momento– cartas reales en el asunto y permitan que los espacios públicos sean liberados y estén aptos para todo aquel que desee disfrutarlo y darle un buen uso.