A ver, posicionémonos en una discusión sobre la implementación de un nuevo software, donde no es raro que en reuniones directivas o de equipos tomadores de decisiones se repita el mismo libreto: alguien pregunta cuánto costará capacitar al equipo. La duda parece razonable, no obstante, ¿tenemos en mente el costo oculto que implican los equipos de trabajo con colaboradores sin conocimiento y herramientas subutilizadas?
Es ahí donde entra en juego la educación corporativa, el rubro favorito para recortar cuando hay crisis. Y luego, mágicamente, las mismas empresas se quejan porque sus equipos no rinden, no se adaptan a nuevas tecnologías o abandonan el barco en cuanto aparece una mejor oferta. ¿De verdad sorprende todavía esta realidad?
No es raro ver compañías invertir fortunas en software de primer nivel y después ahorrar unas monedas en la formación de su gente. El resultado: sistemas infrautilizados, frustración y la clásica excusa de siempre: “el sistema no sirve”. No, lo que no sirve es el enfoque. Comprar tecnología sin educar al equipo es como comprar un avión y ponerlo en manos de alguien que apenas maneja una bicicleta.
Por eso, la formación empresarial no es un lujo ni un capricho. Es la diferencia entre un equipo que obedece órdenes a ciegas y uno que innova, propone y se adapta. Y la famosa “transformación digital” no arranca con la instalación de un software, sino con la instalación de conocimiento en la cabeza de los colaboradores.
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Para entender mejor este contexto, cuando la capacitación es estratégica responde a tres preguntas incómodas:
- ¿Qué necesitamos aprender hoy para sobrevivir?
- ¿Qué necesitamos aprender mañana para competir?
- ¿Qué nos hará diferentes frente a los demás?
Si no responde a estas preguntas, sí, es un gasto inútil. Pero si las responde, es la mejor inversión que una empresa puede hacer.
El problema hoy es cultural: todavía pensamos en el corto plazo. Queremos un retorno inmediato, como si la educación funcionara con delivery exprés. Esa mentalidad es la que mantiene a muchas organizaciones locales mirando el partido desde las graderías mientras otras están compitiendo en la cancha.
Y hay un detalle que se suele ignorar muchas veces: el clima laboral. Los equipos que sienten que su empresa invierte en ellos devuelven el favor con compromiso y lealtad. Los que no, simplemente se van. Y luego las gerencias se preguntan por qué la rotación es tan alta.
Así que, la próxima vez que alguien pregunte: “¿cuánto nos costará capacitar al equipo?”, conviene responder con otra pregunta aún más incómoda: “¿cuánto nos está costando no hacerlo?”.
Porque la educación corporativa no es un gasto, es el seguro de vida de la empresa. Y quienes sigan viéndola como un lujo, tarde o temprano descubrirán que la verdadera factura la termina cobrando el mercado.
*CEO y fundador del Grupo Olam S.R.L.