Crecer sin avanzar: ¿El espejismo del PIB paraguayo?

Paraguay crecerá más de un 4% en 2025. Otra vez. Por tercer año consecutivo. Lo dice el presidente Peña. Lo confirma el Banco Central. Lo celebra la prensa económica internacional

Si uno lee en diagonal los titulares de estos días, podría concluir que estamos ante una historia de éxito silencioso, una joya regional. PIB al alza, inflación a la baja, dólar relativamente contenido. En la jerga macro: “ticking all the right boxes”. No obstante, si el crecimiento económico es la meta… ¿por qué ese logro no se siente en la calle?, ¿por qué sigue habiendo más informales que formales? ¿por qué aumentan las ventas, pero no los salarios reales?, y ¿por qué el país celebra récords de exportación mientras se continúa sin redignificar al que trabaja en la esquina o en la chacra?

Cuidado: cuando el optimismo estadístico se convierte en consuelo nacional, se corre el riesgo de gestionar un país como si fuera una hoja de cálculo. Que el PIB crezca 4,2% es, sin duda, una buena noticia. Pero no es “la noticia”. Porque crecer no es lo mismo que prosperar. Y cuando las instituciones internacionales colocan a Paraguay entre los países de mayor expansión en la región, deberíamos hacer una pausa incómoda y preguntarnos: ¿quién se está quedando atrás en esa expansión? La pobreza sigue en 22,7%, la extrema en casi 5%. El subempleo y la informalidad siguen marcando la dinámica del mercado laboral. La brecha entre el Paraguay que invierte en cemento y el que sobrevive en silencio sigue abierta. Y lo más grave: no parece haber urgencia en cerrarla.

Todo estratega económico serio sabe que el crecimiento sostenible y equitativo se diseña, no se decreta. Se construye con visión a largo plazo, inversión en capacidades humanas y estructuras que resistan más que un ciclo de commodities. Es cierto que se está invirtiendo en infraestructura, que la macroeconomía está relativamente ordenada, que hay proyectos en energía, agroindustria y construcción. Si creemos en la economía como estrategia, no como consigna, la pregunta entonces es: ¿para quiénes el país está creciendo?

Si el guaraní se sigue depreciando frente al dólar, si la inflación baja pero los alimentos siguen siendo inaccesibles para miles, si el empleo crece, pero en condiciones precarias… entonces la narrativa triunfalista se vuelve peligrosamente estéril. Según los datos disponibles, se pueden evidenciar tres trampas del relato oficial. (1) Confundir estabilidad con transformación. Paraguay necesita más que equilibrio fiscal: necesita movilidad social, productividad con sentido humano y un Estado que funcione donde más se lo necesita. (2) Reducir el desarrollo a indicadores. El desarrollo no es solo PIB per cápita (US$ 7.333, según estimaciones). Es acceso real a salud, educación, justicia, infraestructura, y tiempo digno para vivir. (3) Celebrar sin distribuir. Crecer sin redistribuir no es progreso, es concentración. No basta con que entren más dólares si siguen saliendo por los mismos agujeros estructurales de siempre.

No se trata de ser pesimistas. Se trata de ser lúcidos. Paraguay puede crecer, claro. Pero también puede avanzar. Y eso requiere otra conversación: una que no se agote en los paneles financieros ni en las planillas de Excel. Se necesitan líderes que entiendan que la economía es una herramienta, no un fin; que el propósito de crecer es mejorar la vida de la gente, no alimentar titulares. Y que el verdadero milagro paraguayo no será haber crecido tres años seguidos… sino lograr que ese crecimiento se sienta en la mesa de todos, no solo en los balances. Al parecer, la pregunta no es si Paraguay va a crecer. La verdadera pregunta es: ¿No será que la verdadera reforma pendiente es redistribuir, formalizar y planificar para todos?

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