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El primer gestor a quien recurrimos en Capiatá nos dijo que la persona interesada en un registro de conducir debe vivir en la ciudad y, por supuesto, tiene que realizar los trámites personalmente. Sin embargo, nos derivó con otro funcionario, quien de entrada también utilizó la palabra “imposible” para despacharnos.
La palabra fue tan tajante que retumbó en el ambiente, pero nos recomendó recurrir a algún gestor para realizar ese trámite que, de acuerdo a las primeras conversaciones, no era posible. Lo que queríamos era un registro y lo que ofrecíamos hasta ese momento era una fotocopia de cédula y una foto carnet.
Un funcionario de nombre Derlis nos dio una pequeña luz de esperanza al señalar que los gestores que se encontraban en una plazoleta ubicada frente a la Comuna podían ayudarnos.
Para no volver a equivocar el camino, acudimos directo a la persona que creímos conocía a todos y sabía perfectamente quién podría ser un aliado. Era una chipera, y sí, efectivamente, ella nos presentó a un hombre que dijo llamarse Víctor Benítez y con quien comenzamos a negociar.
A este nuevo interlocutor le informamos que la persona interesada en el registro se encontraba en España. Inmediatamente, la respuesta fue: “Eso no se puede hacer”. Para reafirmar su respuesta, el hombre dijo mientras movía ampulosamente los brazos: “Eso ya no se hace más, está prohibido en toda la República del Paraguay…”.
Otra vez comenzó una introducción de ablande que logró su objetivo. El gestor encontró una salida, aunque tenía un costo. Este hombre, que dijo llamarse Víctor Benítez, no era un simple intermediario. Resultó ser funcionario de la intendencia.
Comentó que otro compañero podría conseguir el registro, pero iba a costar G. 1 millón, ya que se tendría que ir “aceitando” también a otros contactos, incluso de la Opaci (Organización Paraguaya de Cooperación Intermunicipal).
Lo imposible se transformó en posible; pero como dice el refrán, costaba más.
El tira y afloje inicial no condujo a un buen puerto, ya que el monto inicialmente solicitado era muy excesivo. Le dijimos a Benítez que no teníamos tal cantidad. Fue entonces cuando ofreció otra salida.
Un registro “mau” o falsificado era la opción que dio Víctor Benítez. Advertía que ese documento no iba a estar en la base de datos de la municipalidad ni tampoco en la de Opaci. El costo se redujo considerablemente a G. 200.000, además de la promesa de una propina que al final fue de G. 50.000.
La oferta ya era más tentadora y aceptamos sin dudar. “Dame la fotocopia de cédula y la foto carnet de tu amigo y vení a retirar mañana”, fueron las indicaciones.
Todas las trabas que aparecieron al principio, con el dinero prometido, se desmoronaron. Juan Carlos Lezcano estaba a solo horas de obtener su primer registro, pese a que no sabe conducir y nunca fue a hacer los trámites.
“Ya está...”, esas dos palabras, una gran sonrisa y un apretón de manos fue la bienvenida que nos dio el hombre que dijo llamarse Víctor Benítez, al día siguiente, cuando llegamos a retirar el registro de conducir.
Sin más preámbulos, el contacto pidió que se le espere en el patio de la municipalidad y luego de pocos minutos apareció con el carnet. Después de cobrar los G. 250.000 acordados se retiró, no sin antes recordarnos que estaba a las órdenes para cualquier otro tramite urgente.
Las negociaciones con este contacto duraron poco menos de 48 horas. En este período logramos obtener un registro para una persona que supuestamente vivía en España, que no cumplió ni un solo requisito de los establecidos para este trámite. Como se podrá ver en una infografía que acompaña esta nota, en esta municipalidad se cerró el círculo de la corrupción.