En su homilía dominical en Caacupé, el obispo recordó que Cristo resucitado “es el lugar del encuentro universal entre Dios y los hombres” y que su humanidad constituye el verdadero templo donde Dios se revela. “Los verdaderos adoradores de Dios no son los custodios del poder o del saber religioso, sino quienes lo adoran en espíritu y en verdad”, subrayó, marcando distancia de una religiosidad basada solo en las formas externas o en la rutina.

Pidió a los fieles a construir “un templo interior donde habite Dios”, y resaltó que la comunidad cristiana debe revisar su actitud frente a los conflictos, la indiferencia y la pérdida de sentido espiritual que afectan a la sociedad actual.
Valenzuela señaló que, a medida que se acerca el cierre del Año del Jubileo, los fieles tienen que prepararse no solo para ganar indulgencias plenarias, sino para una conversión profunda. “Nos falta reconciliación. Urge trabajar por ella, porque no se puede vivir en el odio, la desconfianza ni el rencor”, manifestó.

El obispo llamó a los creyentes a “caminar en el mundo como Jesús” y a convertir su vida en un signo concreto del amor de Dios. “Construyamos un templo dentro de nosotros, en el corazón, para que quienes se crucen en nuestro camino puedan encontrar a Dios a través de nuestra bondad, amabilidad, mansedumbre y paz”, expresó.
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Divisiones dentro de la Iglesia
Con tono firme, advirtió sobre las divisiones dentro de la Iglesia y entre los propios fieles. “Qué terrible es cuando uno entra a una iglesia y la gente está peleada. Es un signo de contradicción enorme: quien busca paz encuentra otra cosa”, lamentó. Citando a San Agustín, recordó que “si las piedras no se unieran entre sí, si no se amaran, nadie podría entrar en esa casa”, para insistir que la Iglesia debe ser “el signo del amor recíproco, de quienes parten el mismo pan y lo comparten con todos”.
Valenzuela hizo también una defensa de los espacios de fe, grandes o pequeños, tradicionales o nuevos, como puntos de encuentro con Dios y con la comunidad. Reconoció con nostalgia que muchas iglesias que marcaron la vida de generaciones ya no existen, pero resaltó el valor simbólico de esos lugares donde muchos paraguayos dieron sus primeros pasos en la fe.
Recordó una vivencia personal: “Cuando era niño, mi mamá me traía al viejo templo de Caacupé. Nos sentábamos atrás y me decía: ‘Leé lo que dice ahí’, refiriéndose a la frase del techo que decía Dios te salve, María, llena eres de gracia. Me decía: aprendé a rezar, nunca te olvides”, relató.
En un mensaje de cercanía con las comunidades más humildes, valoró la fe que se expresa en los nuevos templos levantados en barrios periféricos o en simples estructuras de madera. “Lo importante no es la forma, sino que haya una iglesia para todos, donde cada comunidad pueda reencontrarse, expresar su fe y su alegría”, sostuvo.

Monseñor Valenzuela también se refirió al desafío de mantener viva la fe en tiempos de crisis moral y social. Señaló que la Iglesia no puede conformarse con conservar sus estructuras, sino que debe ser un espacio de acogida y de esperanza. “No hay evangelio posible donde reina la división. La Iglesia no puede ser un museo de santos perfectos, sino un hospital de pecadores que buscan curarse en el amor de Dios”, enfatizó.
Al concluir, llamó a los fieles a recordar quién los llevó por primera vez a la iglesia y a mantener ese lazo de fe transmitido de generación en generación. “Volver a la casa del Padre es volver al lugar donde se reza, porque como dice el Señor mi casa será llamada casa de oración”, expresó.
El obispo cerró su mensaje con una invitación a la preparación espiritual para las festividades marianas, recordando que el novenario de la Virgen de Caacupé comenzará el próximo 28 de noviembre, mientras que la solemne fiesta central será el 8 de diciembre, día en que miles de peregrinos llegarán hasta la Basílica para renovar su devoción.

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