El pasado 7 de octubre, la penitenciaría de mujeres “Casa del Buen Pastor” cerró definitivamente sus puertas, tras más de un siglo de funcionamiento.
Ubicada en la avenida Mariscal López y Choferes del Chaco, el histórico edificio se cierra tras 106 años de historia, marcada por la fe, la disciplina y los cambios sociales del Paraguay.
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Los orígenes de la cárcel de mujeres
A fines del siglo XIX, la cárcel pública de Asunción, ubicada detrás de la Catedral —donde hoy funcionan la Universidad Católica y el Colegio de la Providencia—, era el único centro de reclusión del país. Allí convivían hombres, mujeres y menores, en condiciones precarias, según reveló el historiador Juan Marcos González.
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“El Buen Pastor vino a subsanar un gran problema que tenía el Estado”, explica el historiador. “La cárcel pública era una torre de Babel, promiscuidad, abandono, un sitio de reclusión con estándares muy bajos”, argumentó.

El cambio, según Cáceres, llegó durante el gobierno de Manuel Franco, cuando en 1917 el Estado compró el inmueble de Mariscal López y Choferes del Chaco, una propiedad que pertenecía a un grupo de empresarios, entre los que estaba el expresidente Eusebio Ayala.
El propósito era instalar una cárcel femenina y un correccional de menores. La institución se habilitó oficialmente entre 1920 y 1921.

La llegada de las Hermanas del Buen Pastor
Según Cáceres, la historia del penal está íntimamente ligada a la Congregación de las Hermanas de la Caridad del Buen Pastor, una orden francesa fundada en el siglo XIX. Estas religiosas llegaron a Sudamérica para trabajar con reclusas en 1874: primero a Chile, luego a Argentina, Brasil, Uruguay y finalmente al Paraguay entre 1919 y 1920.

Su llegada coincidió con la habilitación del penal. “Al Estado le vino como anillo al dedo”, comenta González. “Ellas ya venían cultivando el trabajo con reclusas en Chile y Argentina. Enseñaban talleres, cuestiones domésticas y cultivaban la moral”, acotó.
Durante décadas, el penal fue administrado íntegramente por las monjas, que también se encargaban del correccional de menores y de un asilo de huérfanas, precisó el historiador.
Era una institución marcada por la fe y la disciplina, en una sociedad profundamente católica, relató Cáceres. “Hay que entender el contexto de la época, principios del siglo XX, el rol de la mujer, lo que era considerado moral, la presencia de la Iglesia en todo”, dijo.

Un espacio de corrección, refugio y moral
En sus primeros años, el Buen Pastor no solo albergaba presas condenadas, sino también funcionaba como correccional para menores y asilo temporal.
“Los padres llevaban a alguna hija que se portaba mal y la dejaban unos días”, relata González, quien indicó que allí las niñas aprendían costura y otros oficios, guiadas por las monjas.
En 1938, el penal contaba con 59 reclusas, de las cuales solo 15 estaban condenadas. “Siempre hubo un alto índice de detenidas preventivas por encima de las condenadas”, apuntó el historiador.
Las Hermanas del Buen Pastor trabajaban de forma gratuita, sostenidas por donaciones y asociaciones católicas. Eran tiempos en que la Iglesia cumplía un rol activo en la educación, la beneficencia y la corrección social, conforme reveló.
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Del control religioso al Estado
El “imperio” de las Hermanas del Buen Pastor sobre el penal se extendió hasta la década de 1970. A partir de entonces, en el marco de los regímenes dictatoriales de la región, el Estado asumió el control de la cárcel.
“La reinserción social que el Estado había delegado en la Iglesia fue finalmente recuperada por el propio Estado. El contexto político fue determinante; las monjas pasaron de lidiar con delitos comunes a prisioneras políticas”, explica González.
Mencionó que desconoce si la congregación se retiró definitivamente del país o solo cedió la administración del penal.

De cárcel modelo a espacio en crisis
Con el tiempo, el Buen Pastor dejó de ser el “modelo moral” de sus orígenes, según reveló el historiador. Durante la dictadura, comenzaron a llegar presas políticas, y con los años, la estructura física del edificio quedó obsoleta.
“El sitio fue quedando en el tiempo —señala González—. Existían otras necesidades, otros desafíos. Creo que eso explica la mudanza a un lugar más moderno”, declaró.
En sus últimos años, la cárcel enfrentó problemas de hacinamiento y deterioro edilicio, razones que derivaron en su cierre definitivo, según informaron desde el Ministerio de Justicia (MJ).

Patrimonio y memoria pendiente
Para González, más allá de su cierre, el Buen Pastor conserva un valor histórico y patrimonial innegable.
Subrayó que el edificio debería ser protegido. “El patrimonio histórico está protegido por ley. La Secretaría de Cultura debe hacer un dictamen sobre qué corresponde preservar”, mencionó.
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Acotó el Estado ya había comprado el inmueble con la infraestructura principal ya construida, que -según presume- pudo haber sido una quinta, considerando que Villa Morra en dicha época era una zona alejada del centro social y económico del país.
A su vez, el historiador reclama una revisión más profunda de lo que representó el penal para la sociedad. “El Buen Pastor fue un hito dentro de la historia social paraguaya. No fue estudiado de manera extensa y debe ser abordado con seriedad, entendiendo su complejidad como sitio de reclusión y como reflejo de una época”, dijo.
