En su mensaje, el religioso no dudó en hablar con nombre y apellido de las actitudes que acaban con el ser humano: la codicia, la ambición sin límites, la impunidad con que se mueve el dinero, incluso a costa del sufrimiento de otros. Y lo hizo con un tono firme, sin medias tintas, haciendo un llamado urgente a volver a los valores esenciales: la honestidad, el desapego, el servicio y la solidaridad.
“La idolatría del dinero nos está destruyendo. Cuando uno tiene el corazón apegado a las riquezas, nunca se sacia”, advirtió monseñor Valenzuela. “Cuando tenés mucho, querés más… y ese ‘más’ no se acaba nunca. Eso se convierte en tu dios”.
El obispo alertó sobre una sociedad que ha comenzado a rendir culto al dinero, desplazando incluso los lazos familiares, la compasión, la generosidad. “El apego a los bienes materiales ya no solo es visto como algo normal, sino incluso deseable”. El problema, insistió, no está en tener riquezas, sino en convertirlas en el fin último.
Uno de los momentos más impactantes de su homilía fue cuando monseñor Valenzuela habló sobre la corrupción generalizada de nuestro pais y denunció la existencia de la llamada “mafia de los pagarés”, que, según dijo, está destruyendo a muchas familias paraguayas.
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“Todos conocemos a alguna familia dividida por las deudas, por pagarés, por la codicia. No es un caso aislado. Es una red de codicia disfrazada de formalidad, que deja a personas sin casa, sin familia, sin futuro”, expresó.
El sistema informal y muchas veces abusivo de préstamos en el país tolerado por la falta de control y regulación estatal ha generado verdaderas historias de ruina personal, violencia económica y desesperación.
El obispo lo nombró sin rodeos, como uno de los mecanismos visibles de injusticia y desigualdad.
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La corrupción cotidiana: pequeños actos que destruyen
Valenzuela también se refirió a cómo la falta de honestidad se ha normalizado en todos los niveles, desde los actos más cotidianos hasta los grandes escándalos.
“Un acto deshonesto, por más mínimo que parezca, tiene consecuencias devastadoras con el tiempo. El tejido social se rompe. Y cuando la deshonestidad se vuelve común, eso explica por qué seguimos estancados como sociedad”, lamentó.
El obispo fue categórico al decir que la honestidad ya no se enseña, ni se practica, ni se exige como valor fundamental, y que esta falla empieza en la educación dentro del hogar.
“Si en casa no se enseñan valores, no hay escuela, universidad o iglesia que puedan reemplazar eso”, dijo.
Una lección desde la muerte
Para reforzar su mensaje, el obispo citó una antigua historia de Alejandro Magno. Según la leyenda, antes de morir, el conquistador pidió que sus manos quedaran fuera del ataúd para que todos vieran que no se llevaba nada.
“Esa es la imagen que necesitamos recordar: nacemos con las manos vacías y nos vamos también así. Acumular por acumular es inútil si no compartimos, si no ayudamos a otros a salir adelante”, reflexionó.
No se puede servir a dos señores
La homilía terminó con una frase lapidaria de Jesús: No se puede servir a dos señores. O servís a Dios, o servís al dinero. El obispo recordó que la oposición que Jesús plantea no es entre Dios y el demonio, sino entre Dios y la riqueza: una elección que revela a qué le entregamos nuestra vida.
El mensaje no solo interpeló a los creyentes, sino también a toda una sociedad que parece haber adoptado la codicia como cultura dominante. La riqueza que no sirve a otros, que no se pone al servicio del bien común, termina siendo un lastre.
El mensaje de monseñor Valenzuela fue contundente, y en un país con tan alta desigualdad, corrupción sistémica y abandono institucional, resulta incómodo, pero profundamente necesario.
Su crítica llega en un momento en que la población vive sumida en deudas, inseguridad y falta de horizontes. La mafia de los pagarés que él menciona no es otra cosa que la expresión de un sistema que se aprovecha del hambre, de la necesidad, de la ignorancia financiera, y lo hace con total impunidad.
Pero más allá de esa denuncia puntual, Valenzuela apuntó a algo más profundo: la crisis moral de la sociedad paraguaya. El dinero se volvió el nuevo dios, y la honestidad quedó relegada a discurso de ocasión. Sin embargo, su mensaje no fue solo condena, sino una invitación a reflexionar y cambiar: comenzar en casa, en lo cotidiano, desde las cosas pequeñas.
Un llamado urgente
Pidió a los fieles, y a la sociedad entera, que recen no por riquezas, sino por la gracia de no ser esclavos del dinero. Y que, con la ayuda de Dios y el ejemplo de la Virgen María, seamos capaces de construir un país más justo, más digno y verdaderamente humano.
“Hagamos de la honestidad nuestra norma de conducta. Porque, como dice la Escritura: Nada de lo que no se logra con honestidad es digno de perdurar.”
Como cada domingo la explanada de la basílica estuvo repleta de feligreses.
Se tuvo la presencia de familias que llegaron de Argentina, Ciudad del Este, Misiones, Luque, Fernando de la Mora, Caapucú y Limpio.
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