Cargando...
El presbítero Carlos Medina explicó que los catequistas, grupos juveniles, religiosos, sacerdotes y seminaristas formaban parte del anhelo misionero de Chiquitunga porque su deseo era que su inmolación espiritual llegara hasta el último rincón del mundo, aunque en su humildad siempre reconoció que su ofrecimiento era un don gratuito nacido solo del amor a Dios y a los hermanos.
“Hoy, en este Año Jubilar, con el lema ‘Peregrinos de esperanza’, dejémonos animar e iluminar por su testimonio de amor sin medida. Como nos recordaba el querido papa Francisco, que en paz descanse: los cristianos estamos llamados a tener una experiencia viva del amor de Dios, que se nos ha revelado en Jesús Resucitado. Él sí que no defrauda”, indicó el padre.
Señaló que puede que a veces nos decepcionen los amigos, los familiares o incluso personas de la Iglesia en las que confiamos. Pero Jesús permanece fiel, y a través de su Espíritu nos invita a superar nuestras cobardías, incoherencias y faltas de compromiso, para convertirnos en auténticos testigos de su misericordia infinita.
“Vienen a nuestra mente las palabras que Jesús pronunció en la Última Cena: ‘La paz les dejo, mi paz les doy. No se la doy como la da el mundo. No se turben ni se acobarden’”.
“Palabras que cobran especial sentido en momentos oscuros y duros como los que vivían los discípulos, y también en este tiempo marcado por guerras y conflictos en distintas partes del mundo”, dijo.
“Pedimos esa misma paz para nuestro mundo, para nuestras familias, nuestras comunidades parroquiales, nuestros barrios y nuestra sociedad. Y renovamos nuestro compromiso de trabajar como sembradores de paz y misericordia allí donde estemos”, resaltó el padre.
La paz con ustedes
En otro momento de su alocución, el clérigo añadió que el Evangelio del Segundo Domingo de Pascua nos recuerda que si las primeras palabras de Jesús Resucitado a sus discípulos fueron “la paz con ustedes”, las últimas de esa aparición tienen que ver con el regalo de la misión.
En este contexto, el padre continuó diciendo que Chiquitunga, en la víspera de su memoria, vuelve a invitarnos a poner nuestra mirada en Jesús Resucitado, que nos entrega su Espíritu para sanar nuestras heridas y animarnos a seguir adelante, con fe viva y con corazón generoso.
Mencionó que un momento muy especial en la vida de Chiquitunga ocurrió el 1 de diciembre de 1954, cuando llegó hasta el Santuario de la Virgencita de Caacupé. Allí, profundamente conmovida, le rezó a María con estas palabras escritas en su diario:
“Madrecita mía, y ya que aquí en tu santuario de Caacupé nada más quiero pertenecerme, sino solo a ti. Madrecita, para que tú, tomándome de las manos, como si fueras el sol, siento como una fiebre abrazadora que arde en mis entrañas por deseos de ofrecerme, de inmolarme, de acabarme por mi Dios y mis hermanos. A eso he venido, Madrecita, hasta este trono de Caacupé y a presentarte estos tres pedidos concretísimos: entregarte todo mi ser”.
“Chiquitunga era una enamorada de Dios, de Jesús y del apostolado. Su vida fue una búsqueda constante de entrega total, sin medias tintas, sin reservas, y hoy sigue siendo un faro de esperanza y fidelidad para todos. Especialmente para los adolescentes, los jóvenes y las personas en situación de discapacidad que se acercan a celebrar su jubileo”.
“Que su testimonio y su ejemplo nos animen a vivir con la misma pasión y valentía el camino de fe. Que así sea,” puntualizó el padre Carlos Medina.
