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El incómodo huésped, la tripulación de unos 70 hombres comandados por su capitán César Cortese y el mismo buque pasaron a ser peones de un mortal ajedrez que pudo haber tenido derivaciones más graves hasta que un hidroavión (el Catalina) enviado desde Asunción acuatizó para transportarlo al exilio en un dramático rescate que obligó al piloto (Leo Nowak) a utilizar toda su destreza para decolar en arriesgada maniobra después de varios intentos en medio de un mar picado.
Cortese y un grupo de militares testigos, de los buques Paraguay y Humaitá (que navegó desde Asunción para auxiliar a su gemelo, ambos claves en la defensa del Chaco en la guerra contra Bolivia), se reunieron años atrás con este periodista de ABC para rememorar los pasajes de aquella proeza, entre ellos, el capitán de Navío retirado Escolástico Escurra, el capitán de Navío retirado Andrés Samudio, capitán Francisco Clari Vega y Rubén da Silva, jefe médico del buque Humaitá.
El 20 de setiembre
Perón ingresó al buque paraguayo alrededor de las 11 de la mañana del día 20 de setiembre, el cuarto día de la llamada “Revolución Libertadora.” Lo acompañaba el embajador Juan Ramón Chaves y el agregado militar paraguayo, coronel Demetrio Cardozo. Caía un chubasco frío y tormentoso con viento del sur. El derrocamiento de Perón dejó como saldo unos 700 muertos, aseguró en otra entrevista con Abc el que fuera estrecho colaborador de Perón, Antonio Caffiero (ya fallecido).
“¡Entre pronto, general!”, le indicó el embajador. Lo flanqueaba su sobrino político, mayor Ignacio Chialceta, y su guardaespaldas, el comisario Rugero Zambrino. Este lloró de emoción por haber llegado vivo con su jefe a un lugar seguro, aseguraba el comandante Cortese.
El viaje desde la residencia del embajador fue de adrenalina pura. El vehículo con chapa diplomática estaba a merced de los fanáticos antiperonistas que lo buscaban para asesinarlo. Lo menos que Perón podía esperar era ser colgado como Mussolini. Sus enemigos lo odiaban después de casi 10 años de gobierno.
En la dársena D del puerto sobre el Río de la Plata estaba estacionado el averiado cañonero Paraguay, a la espera de entrar al dique seco para reparaciones.
La torrencial precipitación no se detenía. “Era agua helada, uno de los últimos estertores del invierno”, evocaba Cortese.
Había charcos de agua por todas partes. Llegó un momento en que el coche no pudo continuar y ante una gran laguna y la vacilación del conductor, Chaves ordenó imperativamente: ¡“Atropelle”!
“Y ahí se quedó”, relató Cortese. El agua llegó al distribuidor. El auto no volvería a arrancar hasta que se secaran los cables. Y toda maniobra rara en un Cadillac diplomático, hubiera alertado a indeseables. Los pasajeros se sintieron perdidos.
Chávez le pidió al general que se acostara en el plan del asiento de atrás para que no se lo identificara. Fue en el preciso momento en que se acercó un ómnibus Mercedita con un solícito chofer que sacó el vehículo del raudal. Para hacerlo funcionar, los cables del distribuidor debían secarse y enchufarse de nuevo a los cilindros. La llegada a la fortaleza flotante fue propia de un thriller.
Cortese lo acomodó en su camarote, el mejor lugar del buque de hierro puro al que se le había extraído la artillería y su munición de guerra antes de entrar en reparaciones. Así se transmitió la noticia a la Marina del Paraguay: “Peteí karaí pukú oú oiké oré apytépe, ja opytáse orendivé” (llegó un señor alto al buque y quiere quedarse con nosotros).
“La fuerza...”
Perón no llevaba ropa de repuesto y ese primer día el comandante le ofreció una campera de gabardina de color habano, con cierre cremallera forrada por dentro con tela roja, un atuendo de oficiales. El Presidente derrocado bromeó: “Mire qué bien preparado voy a ir al Paraguay”, aludiendo al color del Partido Colorado.
Una de sus expresiones de amargura que recordaban los marinos paraguayos fue: “La fuerza es el derecho de las bestias”, al referirse a sus enemigos que lo golpearon.
“Si Evita hubiera estado, nadie nos hubiera traicionado”, expresó también.
Cortese dijo estar casi seguro que Perón firmó su renuncia dentro del buque a cambio del salvoconducto que le permitiría salir al exilio y a cambio del reconocimiento por el Gobierno paraguayo del régimen de facto.
El jefe de la Marina argentina, contralmirante Isaac Rojas, había amenazado en un momento dado: “Mire, Cortese, le vamos a hundir si no entrega a Perón.”
“Yo le contesté: ‘Discúlpeme, pero yo no voy a dejar la nave. Si el Presidente quiere salvarse de otra manera, es su propia decisión, pero yo no voy a dejar la nave.”
En una de las tertulias dentro del barco, Perón confesó que los militares argentinos ayudaron al Paraguay en la guerra contra Bolivia. “Yo ayudé mucho al Paraguay”, dijo.
“El suegro del almirante Carpintero, siendo teniente coronel, era el que compraba armas de Bélgica para el Ejército paraguayo. Compraba a título del Ejército argentino y luego el armamento era transferido al Paraguay”, decía Perón, según el relato de Cortese.
También confesó cómo conoció a Evita, en 1942 en San Juan, cuando se recaudaban fondos para enfrentar las pérdidas por el terremoto que asoló a esa región.
Cómo la conoció a Evita
Uno de sus relatos inolvidables, según Cortese, fue la circunstancia de su primer casual encuentro con Evita, la que sería después su esposa. Al entonces coronel Perón le encomendaron ir a San Juan en representación del Gobierno del presidente, general Edelmiro Farrel para administrar las medidas de socorro en el caso del terremoto que sacudió a esa región en 1942.
Aislamiento total
Chaves escuchó de los argentinos tres alternativas para conceder el salvoconducto. Una, la más descabellada, pretendía que se provoque su fuga. La segunda, algo más seria, planteó que el transbordo en el Río de la Plata se efectuara a un barco español que lo llevaría directamente a España. La tercera era que el ex presidente fuera trasladado hasta Aeroparque y recién ahí entregado para que volara en una aeronave paraguaya hasta Asunción. El caudillo los rechazó. “Me quieren tender una emboscada”, exclamó Perón.
El caudillo fumaba sin cesar su “Saratoga” nacional y, ante una inquisitoria, tartamudeaba o respondía frases cortas con frialdad en las charlas de sobremesa. El ambiente se volvió más insoportable. En una ocasión se produjo un brusco rolido del buque. Platos, vasos, cubiertos y otros objetos cayeron al suelo y se rompieron. Varios vomitaron.
El aislamiento era total, comenzaron a faltar víveres. Como condición para otorgar el salvoconducto, el buque fluvial rehén pasó a mar abierto, a merced del viento y las olas, hasta el paso de buques de gran calado originaba ondas peligrosas. Cortese temía que las cadenas de las anclas no resistieran el bamboleo y eso significaba zozobrar.
El dramático rescate
Cuando llegó el hidroavión del rescate, le costó despegar por el mar bravío. Al general Perón nunca se le borró de la retina el incidente. El subteniente Edgar Usher (retirado como teniente coronel), en ese entonces ayudante del capitán Nowak y de su copiloto teniente Angel Souto, describe ese momento como altamente crítico.
“Nowak era muy bueno, lo mejor que tenía la aviación paraguaya en esos años. No fue una sola corrida (para decolar). Fueron varias, cuatro o cinco, no recuerdo. Cada vez que el avión tomaba velocidad, caía de nuevo. Eran olas muy pronunciadas del mar encrespado que absorbían al aparato.”
En el último intento, el más peligroso de todos, Nowak tiró del timón para despegar y las olas le dieron una ligera inclinación hacia el ala derecha. Por una especie de milagro, digo yo, las olas no tocaron la punta. Por poco rozamos los mástiles de un barco.”
“Una de esas olas grandes nos favoreció porque sirvió de catapulta para el lanzamiento. Es difícil describir lo que se sentía. Era la primera vez que hacíamos algo parecido en el mar. Estabamos entrenados para hacerlo sobre agua de río.” Finalmente, el guapo aparato norteamericano decoló. Fue una indescriptible sensación de felicidad”, rememoró.
A Perón se le humedecieron los ojos de la emoción. Hasta llegar a Asunción, cazas argentinos volaron amenazadoramente cerca. El Operativo Rescate fue más dramático y mortal de lo que se cree, coincidieron los marinos paraguayos que salvaron a Perón.
Un compendio detallado de estos relatos de los marinos paraguayos, en su mayoría ya fallecidos, se encuentra en preparación para su publicación.