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Su vehículo quedó semidestruido por la acción de siete guerrilleros argentinos (cuatro hombres y tres mujeres) pertenecientes al hoy extinguido grupo izquierdista Ejército Revolucionario del Pueblo (ERP) bajo el mando del famoso Enrique Gorriarán Merlo, que burló a la temida seguridad de la policía política del régimen stronista.
El ex presidente de Nicaragua había caído víctima de ráfagas de ametralladora y el impacto directo de una granada de bazuca que explotó en el respaldo del asiento delantero de su coche particular en momentos en que el vehículo se desplazaba por la avenida España, a la altura de las calles América y Venezuela.
El estruendo del bombazo, exactamente a una cuadra del Sanatorio Italiano, fue de tal magnitud que se escuchó a 20 cuadras a la redonda.
Junto al ex dictador centroamericano murieron su asesor financiero, el estadounidense Joseph (Jou) Baittiner que viajaba sentado a su lado y su chofer nicaragüense César Gallardo. La fuerza del impacto lanzó a este último por los aires antes de caer sobre el pavimento completamente despedazado.
Dinorah Samson, la mujer de “Tachito”, no podía creerlo y corrió entre el gentío para cerciorarse de lo que había pasado. “¡General, general! ¡Qué le hicieron al general!”, gritaba desconsolada. " ¡El no puede estar muerto!”.
Dinorah era la amante con la que salía el ex dictador centroamericano cuando mandaba en Nicaragua, aun con el conocimiento de su esposa Hope Portocarrero, capaz de satisfacer sus caprichos más extravagantes.
Ella lo llamaba familiarmente como “Jefe”, “General” o “Amorcito”, recuerda una serie investigativa del diario La Prensa de Managua.
Sabino Montanaro, el lúgubre ministro del Interior de Alfredo Stroessner, la sujetó del brazo y no le permitió acercarse a los cuerpos informes y ensangrentados. “Señora, el general está muerto”, le dijo en tono frío y seco. Los momentos de pasión, placer y abundancia habían acabado.
Lo rodeaba toda la plana mayor del gobierno, encabezado por el ministro de Defensa Marcial Samaniego, el Jefe de Estado Mayor Alejandro Fretes Dávalos, el ministro de Salud Godoy Jiménez, el ministro de Hacienda César Barrientos, el jefe de Policía Alcibiades Brítez Borges, el teniente coronel Estanislao Lesme, entre otros.
Siete guerrilleros argentinos del ultraizquierdista Ejército Revolucionario del Pueblo (ERP) lo ejecutaron en las narices de la dictadura. Su padre, Anastasio Somoza García, había corrido su misma fatídica suerte 30 años atrás.
Los autores fueron cuatro varones y tres mujeres que se hicieron pasar como productores y actores de una película que supuestamente iba a girar en torno al cantante Julio Iglesias.
Habían rentado la residencia del atentado -España y América- por 4.500 dólares por tres meses. El lugar del suceso no estaba lejos de la residencia presidencial, de la embajada americana y del Ministerio de Defensa.
El atentado fue ejecutado con precisión matemática. Cuando se abrió el semáforo de Venezuela, dos terroristas se corrieron hasta la muralla. Se parapetaron y ametrallaron a quemarropa el auto Mercedes Benz blanco que transportaba a Somoza. Lanzaron una bazuka.
El argentino Alfredo Irurzún disparó una granada que estalló dentro del auto. Hizo volar por los aires el cuerpo del chofer César Gallardo
El auto rodó lentamente y se detuvo entre escombros de materiales de una casa en construcción. Tras tirotearse con los guardaespaldas, los terrorista huyeron.
El día del atentado, el grupo de guardaespaldas de Somoza estaba diezmado. El comisario Francisco González León, que acompañaba habitualmente a Somoza, pasó a ocupar un Ford Córcel para seguirlo de cerca. Somoza le dijo que viajaría con destino al centro de Asunción en compañía de us socio de negocios, el norteamericano Joe Baittiner.
“Todo se produjo en segundos. Bajé de mi coche y corrí para tratar de auxiliar al general, pero enseguida vi como estallaban los vidrios y se esparcían como lluvia. Vi a uno de los hombres enmascarados cuando saltaron la muralla. Para mí que usaron silenciadores porque solo se veía cómo se iba destruyendo el vehículo.”
Después vino la deflagración final que estremeció el barrio a la altura de la avenida España entre Venezuela y América, a una cuadra del Sanatorio Italiano.
Finalizada su tarea, los guerrilleros montaron presurosos sus vehículos de escape y se reunieron en el Cementerio de la Recoleta antes de desaparecer.
Inexplicablemente, el argentino Alfredo lrurzün decidió regresar a la vivienda de San Vicente, que habían ocupado como parte del operativo, para retirar 4.000 dólares que olvidó y varias armas, según relata en sus memorias el ex guerrillero (ya fallecido) Enrique Gorriarán Merlo.
Irurzún fue rápidamente capturado y muerto bajo torturas
La repercusión fue inmediata. Radio Sandino de Nicaragua difundía: “¡Acaban de ajusticiar al dictador Anastasio Somoza en Paraguay! ¡Ha muerto el genocida mayor de la dinastía Somoza! ¡A los catorce meses de haber huido de la justicia revolucionaria, Somoza ha sido ajusticiado por la solidaridad internacionalista. Este es un ejemplar acto de justicia! Se decretan tres días de alegría.”
Los sandinistas no estaban seguros de su revolución porque Somoza los había desafiado. “Me voy, pero voy a volver. Van a pedirme de rodillas que vuelva”, dijo. Al llegar al Paraguay, el 19 de agosto de 1979, dijo inclusive que lo hacía en forma temporal porque tenía planeado regresar.
Su cuerpo presentaba desgarros en el cuello. Tenía el pecho abierto y su rostro como una careta, desprendido de la cabeza, casi irreconocible, observó como testigo el autor de esta nota.
El comisario González dijo que vio de reojo cómo tres individuos rodearon el automóvil del general nicaragüense cuando lo acribillaban a quemarropa.
En una camioneta Chevrolet que interceptó el auto del general subieron los guerrilleros cuando terminaron su sangrienta tarea. Escaparon, pero el vehículo no anduvo más de 50 metros. Bajaron y sustrajeron a empellones a un automovilista antes de escapar con destino a Recoleta.
Los pistoleros utilizaron armas largas de última generación. “El cuerpo del chofer Gallardo salió disparado por los aires”, dijo el comisario González.
El policía relató que disparó contra los sicarios y dijo suponer que hirió a uno de ellos, Hugo Alfredo Irurzún, el que fue después capturado vivo y muerto bajo torturas en Investigaciones. González dijo haber reconocido al argentino.
El operativo duró entre 30 y 40 segundos
El auto de Somoza fue a parar frente a la casa en construcción de España y calle América, vecina a la “casa de Julio Iglesias.” El vehículo quedó totalmente destrozado con el techo volado pero con el motor en marcha.
El único policía que estuvo en el lugar del suceso y que intentó al menos ofrecer resistencia, el comisario González, fue dado de baja. El jefe de Investigaciones, Pastor Coronel, lo presionó para que testificara contra el fotógrafo chileno Alejandro Mella Latorre, el que quedaría después cómo preso político hasta la caída de Stroessner en 1989 acusado de complicidad en el atentado.
“Me negué a mentir. Me enviaron a la Guardia de Seguridad por un período de un año, dos meses y ocho días”, dijo el policía en una entrevista con ABC.
También fue apresado el arquitecto Julio Eduardo Carbone, propietario del vehículo, de marca Mitsubishi Lancer, en el que huyeron los sicarios.
Los guerrilleros burlaron el inviolable servicio de seguridad de la dictadura, muy eficiente para perseguir en forma despiadada a los declarados como enemigos del régimen.
La muerte de Somoza fue suficiente excusa para el recrudecimiento de la represión y los abusos. Como chivo expiatorio, también fue arrestado el dueño de “la casa de Julio Iglesias”, el ingeniero Alberto Montero de Vargas.
El Paraguay se convirtió en un hervidero. Se abusaba de los extranjeros. Se los declaraba sospechosos y se les coimeaba para volver a sus países, especialmente los argentinos.
La propaganda oficial creó todo un sistema de delación que obligó hasta a los vecinos a denunciarse entre ellos, o a aprovechar la situación para intrigarse mutuamente.
Todas las viviendas de Asunción y de las ciudades vecinas fueron revisadas meticulosamente sin orden judicial, en la llamada “Operación Rastrillo” que duró seis meses sembrando el terror los procedimientos.
Toneladas de libros y revistas fueron quemados por los familias antes de la llegada de los efectivos, militares y policiales, para evitarse arrestos sumarios. Decenas de jóvenes y jefes de familia sufrieron la represión -y hallaron aún la muerte- por la incautación de literatura “comunista” en sus domicilios.
Periodistas -varios de ABC- eran demorados o detenidos por captar gráficas o por cubrir los operativos. La muerte de Somoza en el Paraguay adosó una tribulación más a la ciudadanía de por sí castigada por la delación y el miedo.