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La enfermera Milena Rolón fue quien inició la consigna de historias en el grupo de Facebook. Relató varias situaciones que pasó durante el ejercicio de la profesión, pero una de las que más se destacan es la vez en que sostuvo la mano de un pequeño paciente hasta el final.
La profesional contó que se encontraba de guardia en urgencias un domingo por la tarde cuando llegó un niño gravemente herido tras haber tropezado y caído frente a un vehículo. Tras una tomografía, los médicos de guardia se percataron de que ya no se podía hacer mucho para salvarlo y lamentablemente estaba perdiendo la vida.
Contó que no pudo encontrar a sus padres en la sala de espera y junto con un residente le sostuvieron la mano al niño de 11 años, que les decía que era consciente de que estaba muriendo pero no quería irse.
“Me senté a su lado, le puse una frazada y hablé con él. Veía al estudiante de medicina llorar desconsoladamente y el niño me decía: ‘Sé que me estoy muriendo, tengo frío, pero no me quiero morir’. Tenía muchas cosas que quería hacer en su vida y yo le sostenía de la mano y lo escuchaba, no sé cómo hacía para no llorar. De a poco se iban bajando los parámetros y lloraba sollozando despacito… Le saludé y cuando finalmente vi que ya no había nada llamé a una colega y yo finalmente fui a los vestuarios a llorar todo lo que no pude llorar antes. Ver morir a alguien es parte de nuestro trabajo, pero a veces es demasiado difícil esa parte”, finalizó.
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Un granito de arena termina en un gran aporte
Milena, quien inició los relatos, también contó una gran historia que hasta hoy en día no se había dado a conocer pese a que ya ocurrió en 2004, el año del gran incendio del Ycuá Bolaños. En esa época, eran muchas las enfermeras que tenían por costumbre reciclar las mascarillas de oxígeno en los sanatorios privados, esterilizarlas y prepararlas para usarlas en los hospitales públicos, donde se pasaban muchas carencias.
“Teníamos siempre la costumbre de juntar de los privados las mascarillas de oxígeno y nebulizador que se utilizaban una vez y se tiraban, porque en el sector público no había... El paciente tenía que comprar, o lo que teníamos para las urgencias terminaban velozmente”, contó.
Justamente poco antes del día de la tragedia las enfermeras terminaron de preparar un gran paquete con muchas mascarillas gracias a que fueron liberadas en el sanatorio tras mucho papeleo. “No sé cómo fue pero sé que después de 15 días de recibir el último paquete por el que tanto trabajamos, fue el 1 de agosto… aquel terrible día en el que se incendió el supermercado Ycuá Bolaños. Y bueno, ¡se terminó todo! Era como si fuera que nos habíamos preparado, creo que todos los que vivimos la experiencia de ese terrible día lo tendremos siempre en la memoria”, reflexionó.
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Problemas con el idioma
Rolón se encuentra trabajando en Italia desde 2004 y contó que una de las dificultades con las que se tropezaron ella y sus colegas paraguayos que viajaron juntos en aquella época era a veces conseguir que los italianos entiendan la urgencia de algunas cosas. Por ejemplo, contó que en una ocasión otra enfermera paraguaya salió corriendo al pasillo y gritando: “Paciente paró”, porque la persona se encontraba sufriendo un paro cardiorrespiratorio.
Sin embargo, nadie la entendía ni hacía nada, mientras la trabajadora desesperada buscaba los equipos de reanimación. Fue después de que un colega italiano acudió a Milena para preguntarle qué decía que lograron entender lo que pasaba.
La enfermera resaltó que en varias ocasiones pasaron situaciones similares con el idioma, pero con el correr de los años fueron aprendiendo y perfeccionando el acento.
Asistiendo a pesar de las dificultades
Entre las anécdotas también se destaca la de Marlene Benítez, quien demuestra que, a pesar de sufrir varias situaciones complicadas, al final siempre dan lo mejor de sí para atender a sus pacientes.
Contó que durante una guardia un paciente agresivo con enfermedades psiquiátricas llegó con abundante sangrado y pudo ser contenido. “Pero en una de esas hizo un pico hipertensivo y volvió a sangrar, salía sangre por la boca como en una película; entonces la habitación terminó con sangre hasta en el techo, creo que fue la única vez que me dio arcadas y hasta busqué un cesto de basuras”, relató.
Sin embargo, un segundo después ya se encargó de asistir a su paciente, demostrando que, a pesar de tener que vivir momentos así, superan los malestares para priorizar la vida de las personas que deben asistir.
Algunas pifiadas durante el aprendizaje
Por otra parte, también otros compartieron sus “pifiadas” durante el aprendizaje de la profesión. Por ejemplo, Wilma Piris contó que cuando se encontraba de guardia como voluntaria y cursando el último año de la carrera llegó un paciente al cual ella intentó ayudar realizándole la vía, cuando el médico de guardia dice que iban a desfibrilarle.
“Y yo dije: ‘¿Qué es eso?” Seguido, el médico grita: ‘Aléjense del paciente’, pero yo entendí: ‘Atájenle al paciente. Cuando me miró ya era muy tarde, tenía la paleta sobre el pecho del paciente y el resto ya se imaginan”, contó entre risas, puesto que terminó recibiendo también ella la descarga eléctrica.
Tras esa publicación, varias colegas confirmaron que también sufrieron situaciones similares y que todo los ayudó para poder ir aprendiendo, aunque a veces a duras penas.
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Héroes en la pandemia
A lo largo de esta pandemia del nuevo coronavirus, los enfermeros han demostrado ser héroes de blanco, pues, junto con los médicos, a diario superan las grandes carencias que se sufren a raíz del colapso sanitario.
Mientras en ocasiones lloran de alegría al ver un paciente abandonar terapia intensiva, otras veces también son las que acompañan a los familiares en su dolor tras una pérdida.
Además, también han lamentado 60 muertes de colegas a lo largo de estos meses, mientras que otros 22 se encuentran luchando internados en terapia intensiva.
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