La máquina de escribir se niega a desaparecer en la India

NUEVA DELHI. Las máquinas de escribir pueden ser ya una imagen de archivo en muchas partes del mundo, pero en países como la India se resisten a desaparecer.

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Allí, lejos de ser una reliquia del pasado, el sonido de sus teclas y el timbre del cambio de línea desafían en algunos sectores el imperio de los ordenadores.

La estampa de una fila de estas máquinas trabajando en plena calle forma parte de la vida diaria del país asiático, aunque hayan perdido el romanticismo de los tiempos en que se tecleaban cartas de amor y su uso ahora resiste el paso del tiempo gracias sobre todo a los documentos oficiales. “Las seguimos utilizando porque trabajamos en la calle, donde no hay electricidad, además de que son muy pequeñas y fáciles de llevar. Si tuviéramos un ordenador, no podríamos enchufarlo ni llevarlo así de un sitio a otro”, asegura el copista Bhupendra Kumar, frente a un edificio oficial en Nueva Delhi.

La entrada del Registro de la Propiedad en la zona de Asaf Ali de la capital india está flanqueada por dos filas paralelas de Olivetti, Remington, Olympia o Godrej & Boyce, “que no van a desaparecer al menos hasta dentro de diez o quince años”, dice Kumar, que lleva casi una década en el oficio de teclear. Un arte al que recurre la clientela a las puertas de la sede oficial para que copistas como este hombre de 30 años redacten contratos de compraventa de propiedades que traen escritos a mano, a entre 20 y 30 rupias (3 y 5 centavos de dólar) la página.

La última fábrica de la Godrej & Boyce cerró hace cuatro años en Bombay, en el oeste de la India, pero “aunque ya no se fabriquen, todavía hay disponibilidad de piezas y mecánicos”, comenta Kumar sentado frente a su vieja máquina. “Puede ser que desaparezcan, porque ya no se pueden comprar nuevas”, advierte su compañera de oficio Sushila Nirmal, veterana en la profesión con sus 58 años, quien recuerda que lleva pulsando las teclas la mitad de su vida, desde antes de que empezaran a extenderse las computadoras a partir de la década de 1980.

Hasta que llegue ese día, “los ordenadores pueden estar en la oficina, pero no en la calle, donde no hay electricidad”, relata. Aunque ya no es el negocio de antaño, las 500 rupias que saca al día, apenas 8 dólares, tecleando fríos documentos sobre alquileres de pisos le da para sobrevivir. La imagen de Sushila se repite en el paisanaje de la India ante juzgados, oficinas de Tráfico o embajadas, pero atrás quedaron los tiempos en que muchos acudían a ellos para dictarles palabras de amor, invitaciones de boda o currículos profesionales.

Narendra Singh se reinventó y encontró a este invento del siglo XIX un nuevo uso en su academia del centro de Nueva Delhi a la que acuden jóvenes que se preparan para encontrar un trabajo. “Ahora no hay casi negocio, pero antes sí que se utilizaban todo el día”, lamenta Singh ante una hilera de máquinas de escribir rodeadas de ordenadores, y donde algunos aprenden el oficio del teclear. Como Deepak Kumar, estudiante de 21 años, que considera que escribir a máquina “ayuda a mejorar la velocidad y después se puede trabajar fácilmente en los ordenadores”.

Kumar asegura a EFE que cuando termine el máster en administración y negocios y comience a buscar un empleo, “en la segunda fase de entrevistas piden que se sepa teclear y se necesitan tres meses para aprenderlo del todo”, añade. El dueño de la academia no está tan convencido de la utilidad eterna de sus Olivetti, cuyo teclear se escuchaba hace años todo el día y ahora apenas una hora cuando acude algún estudiante. “En el mercado ahora no se vende ni se compra. Si queremos venderlas, nadie las va a comprar. Y cada vez es más difícil encontrar un mecánico”, sentencia Singh, nostálgico de los tiempos en los que el teclear de sus artilugios reinaba en la India.

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