Los fieles, a quienes se sumaron numerosos bañistas, turistas y curiosos, arrojaron flores al mar en homenaje a la reina de las aguas y sembraron en cientos de montículos en la arena ofrendas con flores, botellas de licor, perfumes y velas encendidas.
La tradicional ceremonia en homenaje a la deidad afrobrasileña, que en Río de Janeiro es conmemorada el 31 de diciembre, fue anticipada en dos días para no coincidir con el Reveillon, la fiesta de despedida del año que el próximo lunes puede reunir a cerca de dos millones de personas en Copacabana.
Los practicantes del umbanda y el candomblé, en su mayoría vestidos de blanco y con detalles azules en alusión a los colores representativos de la deidad, llegaron a Copacabana en procesión en numerosos autobuses que partieron desde “terreiros” (templos) en el céntrico barrio de Estacio y en la popular barriada de Madureira.
Una de las caravanas que salió desde Estacio la encabezó un coche del Cuerpo de Bomberos en el que era transportada una embarcación de madera de cerca de cuatro metros de eslora en la que se destacaba una imagen de Iemanjá.
El barco fue llevado hasta el mar en Copacabana y empujado por las olas mar adentro cargado con numerosas flores, ofrendas y peticiones para la diosa.
Durante la ceremonia en las arenas, las “baianas” (mujeres vestidas con los trajes típicos de las fieles de los ritos afrobrasileños) distribuyeron flores entre los bañistas para que también pudiesen hacer sus deseos.
Según la tradición, además de arrojar las ofrendas al mar, el fiel tiene que entrar al agua y saltar siete olas seguidas para obtener el favor del “orixá”.
Se trata de un llamativo culto con el que los practicantes, tanto del candomblé como de la umbanda, las dos principales religiones afrobrasileñas, le hacen peticiones para el año nuevo a Iemanjá, un orixá africano que el sincretismo religioso fundió con Nuestra Señora de los Navegantes, la virgen a la que los católicos le rezan para que proteja a los pescadores.