Tras la imposición de un toque de queda, la noche del jueves transcurrió en calma, al contrario de las dos anteriores, en las que grupos de hombres armados con fusiles de aire comprimido, espadas, piedras y palos sembraron el caos en el centro de la ciudad. Un budista y un musulmán habían resultado muertos.
Birmania, de mayoría budista, sufrió varias oleadas de violencia desde 2012 que se han saldado con más 250 muertos y 140.000 desplazados, principalmente musulmanes.
Estos disturbios empañaron las reformas emprendidas por el gobierno del presidente Thein Sein, que sucedió a la junta militar disuelta en 2011.
El nuevo brote de violencia se inició el martes por la noche cuando centenares de personas atacaron con piedras un comercio musulmán cuyo propietario fue acusado de violación. “La violencia surgió a causa de un discurso de odio y de informaciones falsas propagadas en la red”, declaró a la AFP un responsable de la oficina del presidente.
Los familiares del budista de 36 años muerto el miércoles afirmaron estar conmocionados, pocas horas antes del funeral, que se celebrará este viernes.
Htwe, que se encontraba con la víctima en el momento del ataque, enseñó heridas en la mano causadas, según él, por la espada utilizada por un grupo de musulmanes para matar a su amigo. El funeral de la víctima musulmana, propietario de una tienda de bicicletas, tuvo lugar el jueves.
Kari Hasan, responsable de una mezquita cercana, lamentó que los musulmanes se hayan convertido en blanco de ataques. “Si ocurre algo, entonces, de repente, dicen que es la culpa del islam”, añadió, acusando a las autoridades de no protegerlos.
Tanto estos disturbios como los de 2012 dejan al descubierto la islamofobia latente en un país dominado por la etnia bamar, budista, y con un 4% de musulmanes. Además los disturbios suelen ir acompañados por campañas de monjes budistas radicales que piden el boicot de los comercios de musulmanes o reclaman leyes para limitar las conversiones y las bodas interreligiosas para “proteger” el budismo.