Por medio de una carta dirigida al Congreso, Pérez dejó el puesto “para mantener la institucionalidad del país” y “mantener la figura de la presidencia alejada del proceso judicial”, que determinará si es culpable o inocente de la acusación de liderar una banda de fraude aduanero.
Pérez, de 64 años, llegó a la presidencia en enero de 2012 con la promesa de aplicar mano dura contra la corrupción y la criminalidad, ante el clamor para frenar la violencia, que deja unos 6.000 muertos cada año. Sin embargo, esos compromisos quedaron en el tintero y hoy, al salir de la presidencia por la puerta de atrás, enfrentará las denuncias de la Fiscalía y de la comisión de la ONU contra la impunidad en Guatemala (Cicig), que le acusan de ser uno de los cabecillas de la red ilícita denominada “La Línea”.
Formado en tácticas contrainsurgentes y de contrainteligencia durante la guerra civil (1960-1996), que dejó unos 200.000 muertos, el mandatario se mantenía aferrado al cargo pese a la indignación popular. Como buen militar, se atrincheró cuanto pudo en la Casa Presidencial evitando toda actividad pública. El lunes pasado, en una rueda de prensa, había descartado renunciar tras negar, hasta la saciedad, haber recibido dinero de forma ilegal.
Su exvicepresidenta Roxana Baldetti, con quién había fundado en 2001 el Partido Patriota (PP, derecha), tuvo que dimitir el 8 de mayo y ahora está en prisión preventiva acusada por el mismo caso. Los dos se conocieron durante el gobierno del presidente Jorge Serrano (1991-1993), quien huyó del país en junio de 1993 después de enfrentar también cargos de corrupción. Actualmente vive exiliado en Panamá como magnate inmobiliario.
Su formación como Kaibil, el cuerpo de élite contrainsurgente del Ejército guatemalteco, es lo que le mantenía en el cargo porque “los Kaibiles nunca se rinden”, afirmó a la AFP la Premio Nobel de la Paz, la líder indígena Rigoberta Menchú. “Él es un hombre de guerra, un hombre de inteligencia, un hombre peligroso”, afirmó la laureada guatemalteca.
Para Manfredo Marroquín, director de Acción Ciudadana, brazo local de Transparencia Internacional, el gobernante es el “prototipo del político guatemalteco, que tiene mucha aceptación en las élites que no buscan cambios. La única diferencia del presidente (Pérez) con el resto es que ha habido un factor externo” que es la Cicig, destacó.
La esposa del presidente, Rosa Leal, tiene una apreciación bien distinta. Para ella, “es un hombre que sabe lo que quiere, muy respetuoso, muy humilde, con muchos principios y valores”. Sus partidarios le reconocen una gran capacidad de escuchar. En los últimos años sorprendió al proponer la legalización de las drogas como medio de lucha contra el narcotráfico.
El gobernante ascendió a la jefatura de Estado con un alto nivel de confianza y como el primer militar en gobernar el país desde el restablecimiento de la democracia en 1985. Para muchos era un antídoto a la corrupción rampante en las administraciones civiles. Es conocido como el “General de la Paz” , apelativo que repetía con orgullo por haber firmado en 1996 en nombre del Ejército los acuerdos que pusieron fin a la guerra de 36 años.
En el pasado, fue acusado de violaciones de los derechos humanos, pero Pérez se escudó en que todo ocurrió en el marco de la guerra y en que se retiró del ejército en 2000. En 2003 fue elegido diputado y en 2007 fue candidato a la presidencia, siendo derrotado en segunda vuelta por Álvaro Colom. Antes de llegar al Congreso, dirigía las marchas contra el expresidente Alfonso Portillo, a la postre condenado en Estados Unidos por lavado de dinero obtenido de la corrupción.
Portillo concluyó su mandato en 2004. Pérez pretendía llegar hasta el final del suyo, en enero de 2016. Nacido en Ciudad de Guatemala el 1 de diciembre de 1950, tiene dos hijos con Leal, con quien está casado desde 1971: Lissete —administradora de empresas— y Otto, quien ganó la alcaldía de Mixco, municipio cercano a la capital, por el partido de su padre.